Archives: 2007

Aprobado por inanidad

Mi amigo Pepe escribió una breve y encomiástica crónica de mi examen profesional. Para que no se diga que yo mismo me elogio, los invito a que lean cómo él lo hace por mí. Después de todo, como dijo el cínico, "yo soy muy humilde y lo digo con orgullo". (Update: Me gustaría hacer mención honorífica a Fene, sin cuya laptop mi presentación no hubiera sido posible. Gracias totales, Fene.)

Habemus magistrum!

El pasado 27 de septiembre se cumplieron 50 años de la publicación de Piedra de sol de Octavio Paz. En una suerte numerológica, sin haberlo premeditado (¡lo juro por la peluca de Andy Warhol!), ese mismo día hice entrega de mi tesis de maestría para ser leída, comentada y corregida por los sinodales. Me enteré de la coincidencia al levantarme a las diez de la madrugada y revisar en línea El Universal, en donde aparecía una nota al respecto. (Nunca le había prestado cuidado a la fecha anotada en el colofón de la copia de la primera edición de sólo 300 ejemplares, hoy inhallable, que obtuve en la onerosa biblioteca de la Universidad de Arizona.)
En mi trabajo abordo –y he aquí el hado desatado— el mencionado poema de Paz. De una forma aburrida y poco interesante, expongo dos o tres perogrulladas y sandeces. De 1957 a 2007, tenemos toda una pléyade de bibliografía (artículos, tesis, libros), así que el panorama no pinta como para uno aspire a la originalidad. Piedra de sol es, entre otras cosas, un poema de 584 versos endecasílabos, número idéntico a los días del calendario azteca, calendario venusino, cuyo título es homónimo del monolito que hoy se encuentra en el Museo Nacional de Antropología e Historia.
Este martes de 11 de diciembre –en la víspera del día de la Lupita más querida por los mexicanos, a las 12 p.m. en las instalaciones de la universidad patito en donde presto (o casi regalo) mis servicios—, presento mi examen profesional, en la espera de un dictamen aprobatorio y ser nombrado, según esto, “Maestro” en Literatura Hispanoamericana.
Si se quieren aburrir y perder una hora de su vida, vayan todos.

Historia de un video

En el siglo XIX, la literatura indianista se dedicó a idealizarlos atribuyéndoles ciertas virtudes cristianas muy ajenas a sus horizontes culturales. Para el sector marxista del indigenismo, fueron un pretexto en la confirmación de la noción de proletariado. El neoindigenismo ha procurado, por su parte, insuflar un aura poética que los convierte en seres tan sofisticados y exóticos hasta para sí mismos. Son los indígenas. Grupos raciales y culturales que son, sin duda, diferentes a nosotros, los mestizos occidentales, pero que tampoco lo son tanto como para ningunearlos con nuestra indiferencia o con nuestra lisonja.
No pretendo abogar por una recuperación de los valores estéticos o culturales del mundo indígena. Empresa que, como todas las utopías, resulta más bien de un espíritu reaccionario. El término indígena es una mera generalización construida por criollos y mestizos para uniformar todo un espectro, que termina por reducirse a nuestras categorías. Eso explica por qué los indígenas tzotziles, quechuas, mayas, triquis, tojolobales, por decir sólo algunos, no se reconocen entre sí.
Lejos de mí está el navegar con alguna bandera indianista, indigenista o neoindigenista. Mi afición por el folklore musical latinoamericano (y en lo específico, el andino) es más bien burguesa, snobista: no reivindico sino mi individual y legítimo derecho al gusto. Mi snobismo es, creo, directamente proporcional al respeto, que por supuesto no es lo mismo que idealización o fanatismo.
Hace ya más de tres años, cuando dedicaba más tiempo a la ejecución de algunos instrumentos musicales folklóricos, descargué el mini-documental sobre la Sinfónica Andina Infantil de Ayora (SAIA) que aquí les invito a ver en dos partes. Al poco tiempo, la página que lo suscribía dejó de estar habilitada. En un accidente informático, perdí el archivo. Lo había guardado en un disco, que también perdí. Esperanzado, escribí pidiendo aquí y allá que me enviaran el video. Jamás recibí contestación. En una de esas pocas limpias a mis papeles, encontré el disco. Decidí subir el video a YouTube, sabedor de que no se encontraba ya en línea. Es irónico que, semanas después, se me enviara a mi correo el enlace al video ¡que yo mismo había subido!
No cambiaría radicalmente el rumbo de las comunidades indígenas de Ayora, Ecuador, pero sí preservaría un documento electrónico sobre el proyecto formativo que, tal vez modesto y en potencia, construye más y mejor que todas las revoluciones o rebeliones armadas. La SAIA es auspiciada, en parte, por La Federación de Organizaciones Populares de Ayora-Cayambe (UNOPAC) que, supongo, se distingue en mucho de la APPO y del EZLN. La SAIA no es el manifiesto de una reivindicación étnica. Es sólo un principio de socialización y apertura. La música que los niños ejecutan dista de ser prehispánica o indígena en el más estricto sentido del término. Es, pues, música mestiza. La SAIA “recupera” la zampoña, la quena, el charango y añade, por supuesto, el solfeo y el violín. Como producto del Convenio Andrés Bello, este proyecto no es sino una forma más de procurar la siempre postergada educación. A menos que se crea en la siempre recurrida demagogia, la justicia social no puede venir por decreto presidencial.

Toccata y fuga


I. Toccata: sindicalismo para principiantes

Tengo un amigo que, después de terminar su carrera de economía, decidió que lo suyo era la música. “Me gustó cuando vimos el marxismo, pero ya cuando empezaron con el rollo de cómo se forman las empresas y todo eso… ya no me atrajo”, me confesó. Simpatizante de la izquierda, alterno y bohemio, se ha dedicado a tocar en calles, camiones, etcétera. Hace poco, su banda obtuvo un contrato por un año para tocar en un hotel del próspero y turístico Puerto Peñasco (Son.).
Indignado, me platicaba que, en plena tocada, un sujeto –inspirado en el temple de Napoleón Urrutia, supongo— se le acerca para pedirles la cuota que cada uno de los integrantes del grupo debía pagar si querían tocar en un lugar cerrado. Le molestó su tono autoritario y, sobre todo, su frustración se debió a que él no entendía cómo funcionaba un sindicato como el que representaba aquel tipo.
Me vi en la necesidad pedante de ser fiel a mi instinto profesoril. Le expliqué (como un luterano exponiendo la doctrina de la virginidad perpetua de María a un católico despistado) cuál es la función de un sindicato. Aunque traicionando mis perspectivas políticas y económicas, le dije por qué le “convenía” cubrir esa cuota. Apelé a la satanización de la patronal, el espíritu de solidaridad gremial, la potencial explotación y violación de sus derechos laborales, etcétera. Sólo me dijo: “Pero si el dueño nos paga muy bien y no hemos tenido ningún problema… ¿para qué tanto rollo?"

II. Fuga: 0 euros versus 17 650 dólares

Dos colegas míos fueron aceptados por una universidad española para estudiar un doctorado. La Universidad Autónoma de Madrid les envió una carta escrita en Word notificándoles la noticia. Viene entonces la ruta crítica de trámites migratorios y de becas. Pero no hay visa estudiantil hasta no haber beca. La susodicha universidad no ofrece nada. Conacyt había cerrado su convocatoria y la serie de documentos requeridos apabullan hasta la paciencia de Job. Al parecer, no será posible la inscripción este año.
Pero no contaban con la astucia imperialista. Un representante del comité de estudios hispánicos de Washington University anduvo buscando recomendados, es decir, buenos candidatos para estudiar el doctorado en Literatura Hispánica que ofrece tal universidad. Un ex-profesor de mis colegas tuvo a bien hablarle de ellos. Al saberlo, éstos escribieron pidiendo la información necesaria. En menos de un mes, llega desde St. Louis, Missouri, un sobre con una pléyade de trípticos sobre la ciudad, la universidad, un libro de 300 páginas sobre los programas doctorales del Departamento de Ciencias y Artes, el formato de aplicación, una carta personalizada explicando detalladamente todo el proceso e incluye también el sobre de correo que habrá de enviarse. Se les notifica, además, que, en caso de ser aceptados, recibirían un total de 17 650 dólares al año escolar.

En una carrerita

Es difícil postear seguido. Más cuando se tiene una tesis por terminar, clases por impartir y artículos por escribir como este.

Lope enfierrado!

Pata de perro

A mí, uno de tantos, como que nunca se me ha dado el trotamundismo. A prueba de embelecos andariegos, mi espíritu sedentario se sostiene en la máxima de que, en tanto que experiencia cultural, el viaje no está sobrevalorado sino limitado a una clase social ociosa y con mucha adrenalina, que nosotros, los pobres y miserables, carecemos hasta de ella.
Lo anterior no obstó para que, motivado por una prima vacacional y ante un “compromiso” académico en la ciudad de Puebla, me lanzase este verano a una supina peregrinación al centro mexicano, espejo del alma nacional.
La ciudad de Querétaro sería, gracias a los contactos amistosos de mi compañera, nuestro alojamiento y destino principal. Nunca he sido estudiante foráneo ni he vivido solo. Mucho menos he vivido en una casa o departamento compartido por jóvenes (empleados o estudiantes) impetuosos, alocados, que fuman hierba y beben alcohol casi a diario. Una serie de departamentos habitacionales en pleno centro histórico de Querétaro da cabida a una de esas especies juveniles. Esa especie juvenil nos dio, a su vez, amable cabida.
Su amable hospitalidad fue superior a las molestias ocasionadas por el Ejército Popular Revolucionario (EPR) que, según la versión oficial, hizo estallar ductos de Pemex en un municipio cercano a la ciudad: es decir, me quedé sin agua caliente para bañarme, pues las autoridades tuvieron que cortar el servicio de gas natural para hacer unos reajustes. Tanta divinidad casualidad me hace sentir paranoico. ¿Cómo no sentirse el centro del mundo, si todos los noticiarios nacionales hablaban de lo ocurrido en Querétaro?
A pesar de todo ese amasijo de fuerzas extrañas que le endilgan una idiosincrasia agraria como herencia prehispánica, Querétaro es diferente al resto de los estados del centro mexicano. El giro industrial le ha dado a la ciudad un empuje importante, de tal manera que no depende, conforme a los usos y costumbres, del maíz y del turismo. Lo que, por otra parte, no impidió que me haya hecho de muchos dulces tradicionales, baratos juguetes de madera para mis sobrinos, una tela de lana y un cuatro venezolano para, al fin, poder tocar joropos en contra de Hugo Chávez.
De camino a la siempre folklórica Puebla, el paso por el DF me reveló un dato curioso: en la progresista Ciudad de México, la mujer tiene derecho a abortar y también a no ser revisada al subirse a un transporte. Esa obligación está destinada exclusivamente a los hombres, que, como se sabe, no deberían meterse con la matriz de la mujer y son los únicos capaces de portar objetos ilegales como drogas o armas. Mis tres horas en el DF fueron las más progresistas de mi vida. De repente, sentí como si, en vez de estar leyendo la nueva novela de Jorge Volpi leyera una de Elenita Poniatowska. Era un fantasma, el fantasma del pendejismo. No sé si tenga que ver con el hecho de que la ciudad se está inundando, sin afán metafórico, en lagos de mierda: el DF tiene un faraónico segundo piso, pero el subsuelo vomita “aguas negras”.
Una vez en Puebla de los Ángeles, donde asistiría a un evento organizado por University of Tennesse y el Centro Cultural Espacio 1900, confirmé la hipótesis de que la riqueza en tradición cultural es inversamente proporcional a la riqueza material. El disfrute estético del amplio centro histórico desemboca en las limosnas que se ve uno obligado a dar por caridad o culpa y si uno es menos conformista puede improvisar conciencia social uniéndose a las marchas en contra del Gober Precioso.
Las Segundas Jornadas Internacionales de Poesía Latinoamericana tendrían como sede el Centro Cultural Espacio 1900, un edificio-restaurante que alberga cuatros teatros y cuya planta alta se convierte viernes y sábado en un antro de música norteña. Así es. No sólo eso: el poblano puede tomar clases de cumbia norteña, quebradita y géneros afines. No niego que me sentí más autoridad en el tema. Había ido a Puebla a leer un trabajo analítico (o encomiástico) sobre Octavio Paz y, si no fuese por que no hubo tiempo, habría propuesto un seminario sobre Los Invasores de Nuevo León. Leí mi ponencia al segundo día del evento y me regresé al hotel tarareando el corrido de Laurita Garza.
Al día siguiente, el poeta homenajeado Roberto Fernández Retamar leyó su conferencia. Retarmar es un muy buen poeta. Me sorprendió que haya dejado salido de sus estrechos esquemas ideológicos: de dividir el mundo entre “revolucionarios” y “contrarrevolucionarios”, pasó a matizar su postura y amplió lo poético a un plano trascendente a la postura política. Despotricó contra Bush, pero no dijo nada sobre Castro. Claro, no podría. Sigue creyendo en esa revolución, es su principal paladín y tiene una debilidad –como la mayoría de los intelectuales latinoamericanos— por los caudillos del siglo XIX. De esa manera, para Retamar, y sin premeditación, suben sus bonos en la academia hispánica y anglosajona, para quien todo lo que suene a socialismo es música inefable. Después de doctorarse en La Sorbona y de dar cátedra en Yale a finales de los cincuenta, Retamar volteó a las Américas hispánicas para hacer patria en su natal Cuba. Y hoy es homenajeado. Ésa es la ruta crítica de todo intelectual latinoamericano que se precie de serlo.
Renato Prada estuvo también presentando su último libro. Mesurado, sobrio y concreto, habló de su experiencia como narrador y su última incursión en la poesía. Renato Prada es una vaca sagrada viva que vale la pena leer.
De vuelta a Querétaro. En compañía de jóvenes impetuosos, mochila en la espalda, salimos a Xilitla. Si a alguien le interesa saber qué es Xilitla, dé click aquí. A los que no, sólo les dejo esta foto:

Y hoy ya estoy de vuelta a mi vida sedentaria en el noroeste de México, rincón del alma regional.

Club Chufa Blog

Resulta que mientras andaba en Mesoamérica (Querétaro, Puebla, DF), el Club Chufa lanza a un vuelo insospechado un blog tan prescindible como el mío. Entre los colaboradores se encuentran Dino Trajeado, Carlos Pacheco, Fugo Medina y yo. Nomás. "Apocalipsis ligth" es el primer artículo y yo soy el autor.
Nos urgen lectores. Rogamos e imploramos un poco de su valioso tiempo. Prometemos no defraudarlos y, de ser así, disculpe las molestias que esto le ocasionen.




Fortuita

Es obvio que no estoy. O más bien, no he posteado en mucho tiempo: no estoy en Hermoranch. Sólo lo pongo como dato, por si a alguien le parece de su incumbencia.

P.P. Las computadoras de este café Internet de la central camionera en Puebla me resultan raras.

Rafael Sebastián Guillén Vicente

Desde la comodidad reaccionaria del cubículo en que me enclaustro a dizque estudiar, escuchaba voces de un más allá revolucionario: risas y vagos sonidos cuyo significado no alcanzaba a descifrar, me resultaron aparentemente inocuas.
Salí del cubículo con la abulia típica del (sub)asalariado enajenado. Feliz ignorante que no imagina que a su alrededor se avizoran gentes comprometidas y conscientes de la conspiración o indiferencia contra los grupos minoritarios oprimidos*, pasé por el pasillo para asomarme a la sala contigua y, sin detenerme, no alcancé a reconocer a ningún rostro. En ese momento, no conjeturé ninguna hipótesis acerca de qué podría estar yo –aunque de lejos, y porfiado aún en mi grosero individualismo— siendo testigo.
Bajé las escaleras para toparme de nuevo con otro incidente poco fuera de lo común. Una vez en el pasillo exterior, me topé a dos chicas –de acento defeño, medio hippiosas y clasemedieras— que planeaban ir al cine ese día miércoles. Supongo que su presupuesto era tan humilde como, según pude constatar después, solidaria y noble la Causa de su visita a tierras sonorenses. Era obvio que eran estudiantes de humanidades, mas no de mi universidad, más bien ganadera. Su temple serio e impertérrito revelaban una idiosincrasia más pura, lejana del tedio desértico o la frivolidad de la vida académica y cercana a la profundidad del mochilero latinoamericano. Algo así como la tradición hispánica fundada por el joven bienintencionado Ernesto Guevara y, en su versión globalizada, por Manu Chao. Con todo, planeaban ir al cine.
Al llegar a la calle, sólo bastó una imagen para que todo cobrara sentido y aquellas voces dispersas del aula contigua me resonaran ahora claras y unívocas. Frente al edificio, se hallaba estacionada una camioneta con la leyenda “EZLN. Comisión Sexta.” En ese momento, he allí que vi en visión la verdad de lo que me había ocurrido. Estuve a punto de encontrarme personalmente con Rafael Sebastián Guillén Vicente. Esa camioneta guinda, más intensa que el rojo ruso, me resultaba a un tiempo irreal como digna de una foto, que no tomé. Pero he aquí otra evidencia de los hechos:
Confirmé mi potencial coincidencia con el encapuchado sujeto cuando, al día siguiente, indagué con dos chicas locales, también medio hippiosas y clasemedieras. Serias e impertérritas, asintieron: el tour neozapatista secundado por grouppies del centro de la república (estoy parafraseando) respondía a la búsqueda de adherentes en Sonora, la bárbara; si bien dotada de cuantiosos pueblos indígenas que podrían servir de objeto de la manipulación (estoy tergiversando) en la realización de un encuentro indígena. Entiéndase (quiero pensar) que a estos olvidados de la mano de Dios no se les maniatará, como a los tzotziles para que paguen por sus armas.
La revelación es que aquellas voces fueron capaces de actuar contra la Matrix, el Sistema. Fueron, además, capaces de redimir la infraestructura hegemónica estatal gracias a las nobles gestiones de un emérito profesor fervientemente comprometido con la Causa. Algo así como un Garganta profunda a la inversa, mientras que yo, lleno de mí, sitiado en mi epidermis por un dios inasible que me ahoga, cuantificaba tropos y me azotaba con metáforas en el cubículo de al lado. Tal vez perdí la oportunidad de mi vida: reivindicarme con el pueblo (sic) y unirme a la Causa, sí, la oportunidad de salir de mi epidermis…
En uno de sus primeras frases célebres, don Guillén afirmaba que él y su gente pugnaban por un mundo donde cupieran otros mundos. O sea, ellos y nosotros. A partir del viraje que ha dado su movimiento, transfigurándose de ortodoxa revolución marxista de raigambre sandinista, para volverse de perfil neo-indigenista, aunque siempre autoproclamada zapatista, me parece que ha logrado su objetivo global y local. En su mundo literario, de tours y guerra mediática en La Otra Patraña, de subversiones on line, cabemos todos aquellos profesores malpagados –como lo fue alguna vez él— que no creemos en su movimiento. Tanto así cabemos que sólo porque el diablo no duerme (o porque Dios es grande) no coincidimos en el mismo pasillo, sin contar que casi saludaba a sus grouppies cinéfilas.
No cabe duda que su revolución ha triunfado. En menos tiempo, aunque con más tecnología, ha hecho lo que ningún revolucionario armado hubiera podido: viajar desde el sureste mexicano hasta el norte en camioneta y mandar mensajitos de celular cargados de buena literatura. Eso sin contar el éxito rotundo que su persona y sus ideales (esto último es un decir) han levantado en las conciencias europeas. No sé si sentirme halagado con las últimas personalidades visitantes de mi tierra periférica: Mel Gibson, Ernesto Cardenal y el Sub-Zero –no el otro encapuchado del videojuego Mortal Kombat. Lo que sí es un hecho es que vamos progresando.
No me uní a la Causa, pero quizá en el fondo, y no en los métodos, coincidamos más de lo verosímil, pues yo también fui al cine ese día miércoles. Algo es algo.

________
*“Gay en San Francisco, negro en Sudáfrica, asiático en Europa, chicano en San Isidro, anarquista en España, palestino en Israel, indígena en las calles de San Cristóbal, chavo banda en Neza, rockero en CU, judío en Alemania nazi, ombudsman en la Sedena, feminista en los partidos políticos, comunista en la posguerra fría, preso en Cintalapa, pacifista en Bosnia, mapuche en los Andes, maestro de la CNTE, artista sin galería ni portafolios, ama de casa un sábado por la noche en cualquier colonia de cualquier ciudad de cualquier México, guerrillero en el México de fin del siglo XX, huelguista en la bolsa de New York, reportero de nota de relleno en interiores, machista en el movimiento feminista, mujer sola en el metro a las 10 p.m., jubilado en plantón en el Zócalo, campesino sin tierra, editor marginal, obrero desempleado, médico sin plaza, estudiante inconforme, disidente en el neoliberalismo, escritor sin libros ni lectores, y, es seguro, zapatista en el Sureste mexicano”. (Comunicado neozapatista del 28 de mayo de 1994). Sólo porque el revolucionario parece tener conciencia de un recurso retórico, propio de todo escritor que se precie de serlo, me atrevo a glosar su texto matizando o corrigiendo su primera analogía: el estimado guerrillero acaso extrapola arbitrariamente la condición homosexual en el consabido puerto californiano, al ignorar que tal grupo no resulta en la actualidad tan oprimido como los de la serie de analogías. La suerte de minoría homosexual californiana, según dicen los que han estado ahí, no es ya de la misma naturaleza que la del palestino en Israel, blablabla… Y me refiero a The Castro District. La red de metáforas que se asocian a la nominalización mántrica de Marcos queda, al menos en este caso, circunscrita al resto de la serie analógica. Lo anoto con el objetivo de que la verdad histórica halle plena armonía con la alta prosa, a la que el vate Rafa ha constantemente visitado.

Pequeña crónica de grandes días

El sindicato de mi universidad se había declarado en huelga. Y veinticuatro horas después de salir del barrio folklórico Ley 57 –donde se encuentra la residencia López—, llegué a Lexington, Kentucky, con el rostro desencajado y los ojos de pulga pedorra. De las 23 hrs. a las 23 hrs. Decir que fue un viaje de ida extenuante y turbio no basta. Haría falta ilustrar mi afirmación contando que, por tierra, estuve dos horas en la línea fronteriza y que, en aire, el avión perdía, a ciertos momentos, un poco de altura. La escala en Houston sirvió, no obstante, para un wrap en el George Bush Intercontinental Airport. Y como si no fuese suficiente mi impopularidad política, diré que sirvió también para, en un descarado lapsus republicano, tomar una foto. Vean aquí al progenitor del odiado personaje texano. Una vez en mi destino, el hotel me da la bienvenida: mi cuarto había sido ya alquilado, bajo el argumento de que debí haber llegado a las 18: hrs., o proporcionar un número de tarjeta de crédito para respetar mi reservación. Como la anciana existencialista de Harold and Maude, quien le explica al oficial de tránsito que no cree en los permisos para conducir, tal vez debí haberle dicho al recepcionista: “I don’t believe in credit cards”. Hubiera sido, por supuesto, una estupidez, una cursilería posada, sobre todo porque en realidad sí creo en las tarjetas de crédito, aunque no tenga una. Vamos, no funcionaría incluso como referencia cinematográfica de culto, un tropo literario que no posee más pena ni gloria que revelar sus recursos.
Pero Dios, o el dios que nombramos con el término equívoco de casualidad, fue bueno conmigo y tuvo a bien el enviarme una ayuda. Vi entrar al lobby a un joven de pelo largo, rizado y barba poblada, una combinación de cantante de flamenco y hippie. Al haber cruzado apenas dos o tres palabras con X y al comunicarle mi problema, éste me ofreció compartir el cuarto en cual estaba ya él instalado y los respectivos gastos. No me sorprendió tanto ese primer gesto amable, como su sencillez y diafanidad. Alejado de la pedantería academicista, fue invitado al Kentucky Foreign Language Conference no como ponente, sino en calidad de presentador de la Hispanic Poetry Review.

X es un poeta cubano que cursa su doctorado en EUA. Tiene cinco poemarios y hace dos años salió de la isla, siendo invitado a la feria internacional del libro en Guadalajara, a donde nunca llegó, para armarse en una travesía hacia el norte que, como el sur, también existe, pero menos jodido. Hiperactivo y bohemio, X parecía movido por una insaciable hambre y sed de aventura, acaso motivada por su reciente, digámoslo así, escape del pútrido régimen castrista. X tuvo, sin embargo, el buen gusto de no hacer ningún comentario en torno al tema político. “No tengo ninguna postura política”, me dijo. Le creo. Pero, ¿no hay acaso algo político en buscar mejores condiciones de vida y, por ende, libertad de expresión? Sí y no. Mi lectura de su conducta es, en ese sentido, sesgada.
Una noche en el cuarto de hotel, mientras él se divertía en un bar en el que una gringa le plantó un beso, leí su poemario publicado en Cuba, con la suspicacia de encontrar de forma críptica algún indicio que avizorara su exilio. Creí encontrarla y, cuando llegó, a eso de las tres de la mañana, le sugerí mi interpretación. No sé si fue molestia o mero celo autoral, pero automáticamente y/o ayudado por las copas, la descartó por de foul. Quizá fue mi paranoia ideológica.
No hubo mujer con la que, de soslayo o abiertamente, no socializara con éxito al grado del flirteo. En la madrugada solía sonar su celular. Era una mexicana que había conocido hacía poco tiempo. Entusiasmado y pícaro, me confesó que las mexicanas eran su debilidad. Con mi semblante reflexivo rayando en lo melancólico, coincidí con él, secundándolo en su patología. Siento que, de alguna manera, fuimos las antípodas complementarias. Durante los tres días del evento, sin querer, nos perdíamos uno del otro, sólo para vernos en la noche y platicarnos nuestras respectivas aventuras diarias. Él con las chicas, la hierba, el alcohol y los poemas; y yo… con Octavio Paz. Placebos análogos. Al final de los tres días, creeyendo que no nos veríamos y en un ataque de espíritu bohemio, X se aplicó y me hice acreedor a un poema:

Olvidé pagarle sus treinta y tres dólares
pero (lindo gesto) le mandé libros
llegaron a su casa alborotando
como una bandada de terribles palomas
que picoteaban donde quiera.

La suerte quiso que coincidiéramos de nuevo. Su vuelo y el mío resultaron ser el mismo: escala en Dallas. Me pagó mis treinta y tres dólares, con los que compré un mono de peluche para una amiga y unos chocolates para mi familia. Seguimos platicando en el avión, al mismo tiempo que coqueteaba con una española casada, quien no parecía rechazarlo. El ritual moderno de intercambiar e-mails, direcciones…
Así como ésta, podría referir, por ejemplo, mi historia con la generosa señora de origen húngaro-brasileña-newyorkina, polítlota y especialista en literatura mexicana, o con la linda chica discapacitada que trabaja para la NASA y que me invitó a cenar comida tailandesa. Fiel a mi grosero e irremediable egocentrismo, las interpreto también como mis otras amables ayudas divinas. Pero, como dice Bart Simpson, no hay tiempo para leerlas todas.

Respecto a la lectura de mi ponencia, de más está decir que una vez más quise encumbrarme como el vicario de Paz sobre la tierra. Lo bueno es que, según yo, no me la creo. De University of Kentucky y el Kentucky Foreign Language Conference… ¿qué puedo decir? Grande, extremamente bien organizado. Y una vez más me ha deslumbrado la inmensa cantidad de recursos que las universidades norteamericanas destinan a la investigación: becas, intercambios, movilidades, et caetera. Todo esto sucedía mientras mi universidad se encontraba en huelga.

Lexington

Hasta hace poco tiempo, sólo me recordaba a la transnacional que nos provee de pollos fritos. Poco después, me enteré que es la meca de las carreras de caballos y que fue la cuna de Johnny Depp y del bluegrass. Hablo del estado norteamericano, Kentucky, cuya traducción de su capital (Louisville = villa de Luis) me despertó una sonrisa tan pueril como insulsa.
Ubicada quién sabe por qué demonios no en la capital sino en una ciudad llamada Lexington, la University of Kentucky tiene desde 1948 realizando su conferencia anual sobre lengua y literatura extranjeras. Cierto gigantismo académico ha llevado a los organizadores a reunir en esta sexagésima (¿así se dice?) versión a más de 300 ponentes –uno de los cuales soy yo. Parafraseando a Groucho Marx, ¿qué tipo de club es ése?* Tal vez para levantar el rating, se dice que todos los profesores de lengua y literatura en EUA asisten cada año a este evento. Todos, excepto Carlos Pacheco. Bueno, todos.
Desde estudios arábigos, francés y estudios francófonos, alemán y suizo, estudios eslavos, estudios luso-brasileños y, por supuesto, lingüística y literatura hispánica, que es donde me cuelo yo, los trabajos ahí presentados son toda una pasarela de mierda académica: victimistas a tono con el postcolonialismo, feministas ávidas de testosterona sublimada, queeristas en busca de una residencia en Detroit, Michigan… todas las flores del jardín de la corrección política. Tampoco faltarán los apóstatas que, a escondidas, leen los artículos de Vargas Llosa y se dan de golpes de pecho a la luz de Chomsky o el sub Marcos, ese patriarca imprescindible de las letras latinoamericanas.
Así, con Chomsky y Vargas Llosa a mis lados, pasaré inocuo, único sabedor de que soy un Octavio Paz freak, que peso 50 kilos y que me gustan los Invasores de Nuevo León. Desapercibido como un indígena que se pasea por la Europa del siglo XVII, confieso que, en vez de ir a un table o a un suburbio a conseguir hierba a mitad de la noche, durante los tres días escucharé atentamente las ponencias y, como el ñoño que soy, ensayaré la mía antes de leerla, en la espera vana de que alguien pregunte algún dato prescindible, al que contestaré orgulloso como si hubiese resuelto el hambre en el Tercer Mundo.

Se oye innecesariamente fantoche decir que soy el único profesor proveniente de una universidad mexicana o latinoamericana que presenta una investigación este año en tal evento, pero así es. Supongo que si lo escribo aquí, creerán que lo soy. Lo que no diré, aunque sea en mi defensa, es que, de los más de 300 ponentes, nadie tendrá un inglés más nefasto que el mío. Como si fuese un misionero mormón, ya me visualizo medio articulando frases clichés a la hora de solicitar mi cuenta en el hotel o pedir un taxi, cuyo chofer es un negro de inglés a un tiempo musical e incomprensible. Yo creo que es aburrido, pero me visualizo como ahora: blogueando en esta misma laptop, mientras mis colegas afuera se divierten tomando vino tinto y mentándole la madre a Bush. Por mi parte, escucharé a los Invasores de Nuevo León, of course!, y antes de dormir leeré la Biblia que piadosamente los Gedeones dejaron para mí en el tocador del cuarto del hotel.
A diferencia del año pasado cuyo destino era Cincinnati, Ohio, este año no invitaré a nadie a mi viaje. No pretenderé ser alivianado ni llevarlos conmigo, pues, como se sabe, los veré aquí. No irá el Dino Trajeado ni el pinchi Smooth. (¿Cómo será un viaje con el salaverga?)
Salgo este martes 17 de abril a la concurrida ciudad de Phoenix, o sea, Sonora pero limpio y con más comercios. De ahí volaré a Dallas (sin albur) para después dirigirme a Lexington, Kentucky, un estado norteamericano que felizmente me ignora.

*"Jamás aceptaría pertenecer a un club que admitiera a alguien como yo". -Groucho Marx

El efugio de Narciso

Disculpen las molestias que esto ocasiona a mis visitantes ávidos de substancia. Debo confesar que he meditado seriamente en la petición incansable de Smooth en el sentido de postear porno en mi blog, pero ése no es mi estilo. Así que, después un post a manera de choro mareador (discurso grandilocuente, para l@s no locales), viene uno más bien frívolo y narcisista: mi amiga Solem armó un collage con mis (pocas) fotos y, en homenaje suyo, aquí lo tienen. De cualquier manera, sería muy inclemente postear un capítulo de mi tesis, ¿no?...

El cínico de lo sincrónico

Si pensamos bien, ensayar no es sólo polemizar, como sugiere el Perogrullo de la cuarta de forros de La soledad y el poder de Fugo Medina (ISC, 2006). Al debate –o debacle— de ideas producidas por la dinámica ensayística, le presupone (válgame otra perogrullada) el pensar. Pensar la lógica o móviles de la historia, pensar las simulaciones tecnificadas de la cultura, pensar las cavidades y vacíos del lenguaje, pensar las invisibles pero omnipotentes tentáculos del poder, ese leviatán acrisolada por la mass-media. Este pensar no es, sin embargo, una mera calistenia neuronal o un acto masturbatoriamente erudito, sino la articulación de los discursos que, al igual que el hombre en las ruinas modernas del famoso poema de Octavio Paz, también son imágenes que son actos que son frutos.
Si en griego el término polémica se encuentra asociado a la guerra, y si en algún sentido ensayar es ejercerla, ante la carencia de escritores locales que promuevan la discusión teórica más allá de las preocupaciones regionales y nacionales en su consabido miedo a la pérdida de lo particular, Fugo Medina se ha lanzado, en su cosmopolitismo academicista, a la batalla bajo el riesgo paradójico de resultar ileso, debido a la ausencia de enemigos-interlocutores que le apuesten a tal problemática. ¿Qué podrían interesar, para cualquier escritor del noroeste mexicano, las implicaciones concretas del pensamiento abstracto de Frederic Jameson, Michel Foucault, Jean Baudrillard, más allá de ser autores citables y sus lecturas, serias y sesudas, más bien (o debido a eso) prescindibles?
De forma sutil, como la sintaxis misma del sistema capitalista, Fugo Medina le ha dado un tácito pero firme no al establishment de la corrección política regional, que observa en el ensayo el espacio natural para construir la historia y el imaginario de nuestro presunto vacío tercermundista o el vacío a secas en el que se empaca la carne machaca. El riesgo que ha tomado Fugo le ha conferido cierto espíritu de connotaciones temerarias. Su osadía: la de pensar, desde el aquí y ahora descentralizado, al hombre a un tiempo unidimensional y complejo que supone la globalidad. Lo hace, no obstante, sin la retórica del pathos, sin el romanticismo del humanismo clásico, sin el duelo por la edad de oro cuya sublimación del pasado redunda en la reacción sentimentalista. Lo hace en el tono de la exposición, el análisis aparentemente desinteresado, la dialéctica del soslayo.
De la teoría básica del lenguaje, pasando por el microcosmos del videojuego, hasta llegar a las posiciones lacanianas del sujeto en “Losing y religión”, Fugo pasa revista a estos sistemas semióticos bajo la sospecha de complicidad y asentimiento intelectual con el orden, el elemento sincrónico como la fuerza de coerción que lo mismo dicta el programa de gobierno de un país que la dieta alimenticia de un ciudadano de clase media. Lo sincrónico es, según el constructo de Fugo, una extrapolación de Saussure para entender las implicaciones y sutilezas de la ideología hegemónica, el aquí y ahora auspiciado por el capitalismo transnacional. Su minucioso análisis parece preocupado por movilizar la teoría crítica en los mencionados productos culturales comúnmente olvidados, exceptuando a Umberto Eco, por los académicos. Acaso tal preocupación entraña una legitimación. ¿Su exposición es una crítica o un informe detallado que, como la pornografía, explicita lo privado y obsceno como un efecto de placebo?
Parafraseando a Baudrillard, el sujeto deviene objeto, de lo cual, parece observar Medina, se desprende, no ya la deshumanización o la alienación como la queja obvia y preferida del crítico moderno, sino la soledad no abstracta, sino de facto. Quedaron ya atrás las visiones trascendentalistas que conciben la soledad desde fibras metafísicas como condición esencial al ser; quedaron, asimismo, atrás la de índole mecanicista (léase marxismo) que observa en la industrialización el factor directo: el artesano transformado en obrero, blablabla… Quedaron atrás y, sin embargo, son a la vez imprescindibles, automatizadas y, por ende, equívocas.
El poder, simbólico y sufragado por la instancia de la educación formal, logra extrapolarse a las dinámicas de la vida individual y orgánica: el videoclip, la consola de nintendo, el ánime japonés, son, a su modo, una extensión del poder, de naturaleza impersonal y capaz de dividir, fragmentar y paradójicamente autorreferirse en la búsqueda vana de un referente perdido, no incluido en el manual del usuario. Son el arte de la prestidigitación, la simulación, la hiperrealidad, que, como sabemos, es más real que la realidad real.
Como en Wittgenstein y los estructuralistas, en el ensayo de Fugo subyace la idea de que las actividades humanas se articulan a la manera del lenguaje: aún más, las relaciones humanas son, básicamente y en última instancia, lenguaje y buscarle un más allá conceptual es necedad o intentar hallar a un gato negro que no existe en un cuarto obscuro. El hombre es una relación y constructo del lenguaje. La noción relacional, herencia del binomio saussuriano conformado por significante y significado, dirige una lectura analógica: el significante y significado constituyen, valiéndome de los términos mercantilistas, producto mediático y consumo respectivamente. Así como la muerte de Dios es imposible –pues no puede morir quien nunca ha nacido—, y la muerte del hombre es una postura medievalista y demasiado alarmista para tomarse en serio, dice Fugo con bostezo y sin tapujos; así, tengo para mí que el referente no se ha perdido, pues, como Dios, con base en su naturaleza eterna, nunca ha nacido. El referente, por su parte, no posee una estatus ontológico sino una operación discursiva, mutable, discontinua. Se construye cotidianamente y su búsqueda es su único sentido. Decimos el poder y, al fin al cabo, su omnipresencia, como toda obra humana, de naturaleza imperfecta y fallida, fracasa en sus fines, por más nobles o viles que éstos sean. Hay tantas razones para alegrarse como para deprimirse.
En la generalidad, la serie de supuestos e implicaciones que La soledad y el poder plantea y que intenta resolver en sus páginas, no deja de tener (so pena de usar un adjetivo por demás ambiguo y problemático) un tufo posmoderno que resulta extraño en un espacio y tiempo como el nuestro, apenas con miras a vislumbrar plenamente el proyecto moderno. Es cuestionable, en ese sentido, qué tanto del cariz y dinámica de la suburbanidad mexicana parece verse expuesta en el análisis de Medina. ¿A todas luces será, como quiere argumentar Fugo, que la crisis de identidad es de orden mundial? ¿No será, a su modo, un efugio para eludir el franco cuestionamiento de los enemigos de la globalización, dando por sentado la uniformidad y sus efectos en todo el orbe?
Instalado en un registro de voz a veces neutralizado por la estandarización del formato academicista, y a veces con el matiz lírico del ensayo libre, este libro no es, por supuesto, una urgencia de cabecera en nuestra localidad. Sin embargo, su consistencia hermenéutica no es cualquier bicoca. Debido al substrato teórico, su lectura es, digámoslo, a momentos tediosa o difícilmente masticable. A manera de provisional concesión, eso explica, también digámoslo, ya no sólo la soledad motivada por las estrategias del poder, sino la soledad de la interlocución local y el escepticismo no razonado del regionalista. Superando una polémica barata, este ensayo le apuesta a un pensar en cuyo presupuesto radica su objetivo: dar el fruto, la reflexión. También perogrullada.
El llamado final de Fugo al desenmascaramiento del poder a través de la crítica a la razón moderna es tal vez un lugar común. Propio de las buenas costumbres de la retórica humanista, tal llamado autoral podría leerse como un homenaje o un guiño de ojo que sopesa, por prurito político y ético, la lectura cínica que aquí propongo y que el lector del libro tendrá a bien corroborar o desechar*
*Texto leído en la presentación del libro La soledad y el poder el día 15 de febrero en el Dpto. de Letras yLingüística de la Unison.

Jardín glocal

Debido a un excesivo y entrañable localismo, el afiche no se explica bien en este contexto bloggero. Para mis lectores y lectoras foráne@s, aquí lo aclaro:
La presentación del libro La soledad y el poder de mi amigo Fugo Medina será en mi lugar de trabajo y peor-es-nada alma mater: el Departamento de Letras y Lingüística de la Universidad de Sonora. Los comentarios pseudocríticos, y más bien criticones, estarán a cargo de un tipo de cuyo nombre, por más que lo intente, no logro olvidarme...

Nada personal

Yo no sé si el discurso feminista tenga que ser matizado o el machismo acrecentado. Pero según esto…

Los niños reciben menos demostración de afecto de sus madres y reciben menos caricias que las niñas.

No sólo los niños son acariciados menos por sus madres que las niñas, sino que se les habla menos y por espacio de tiempo más cortos.

A la crianza de niños se le da un enfoque hacia adentro, hacia el mundo. A las niñas se les enfoca hacia adentro, hacia la seguridad, la cordialidad y la comodidad de los padres.

Los niños gatean, se sientan, y hablan más tarde. Sin embargo, las niñas reciben más atención positiva cuando lloran que los niños.

Cuando se quejan de una herida menor, los padres reaccionan más rápido a las niñas que a los niños.

Como se piensa que los niños son más fuertes emocionalmente que las niñas, son regañados más veces por mal comportamiento delante de sus compañeros de su escuela, mientras que las niñas son llevadas aparte de la clase y se les habla suavemente.

Los jóvenes son internados en hospitales mentales e instituciones juveniles siete veces más frecuentemente que las muchachas de la misma edad y trasfondo económico.

Hay más probabilidades de que los niños tengan defectos congénitos. Hay más probabilidades de que los niños padezcan de esquizofrenia. Tienen un porcentaje mayor de casos de retraso mental. De hecho, hay cerca de 200 enfermedades genéticas que afectan solamente a los niños, incluyendo las formas más severas de distrofia muscular y hemofilia.

Hay dos veces más probabilidades de que los niños padezcan autismo y seis veces más probabilidades de padecer de hiperkinesis.

Los niños tartamudean más y tienen más deficiencias en el habla que las niñas. Algunas investigaciones indican que la dislexia se encuentra nueve veces más en los niños que en las niñas.

Cuando los niños se vuelven adolescentes se les dice que deben estar preparados para ser mutilados o morir por proteger a las mujeres, a las niñas y a su nación.

En Vietnam murieron 8 mujeres y más de 58 000 hombres estadounidenses.

Los hombres tienen un porcentaje de accidentes de trabajo 600 veces más alto que las mujeres, y mujeres por heridas relacionadas con el trabajo en proporción de 20 a 1 sobre las mujeres.

El gobierno estadounidense recoge muchas estadísticas acerca de las necesidades de las madres que trabajan, pero no se recoge ninguna acerca de los padres, ni siquiera de las necesidades especiales de los casi 3 millones de hombres que son padres solteros.

El índice de suicidios es cerca de 4 veces más alto en los hombres que en las mujeres.
Los hombres forman 80% de las víctimas de homicidio. Son víctimas de cerca de 70% de todos los robos y forman 70% de todas las víctimas de asaltos violentos.

El promedio de vida de un hombre es casi 9 años menos que el de las mujeres.

Hay 29 000 prisioneras en los Estados Unidos y 553 000 prisioneros.

El 99% de los prisioneros condenados a muerte son hombres.

De las 157 personas ejecutadas desde que se reanudó la pena de muerte en 1973, solamente una era mujer*.


Bajo el riesgo de presentar un mecanismo de proyección más allá de lo prudente que me lleve al prurito, ¿no sería conjeturable aducir que, ante tales dificultades y carencias, los hombres presenten, de forma inconsciente (y, ergo, con cierta justicia psíquica), un mecanismo de compensación al pedirles desenfrenadamente a las mujeres: ¡SEXO YA!?

*Herbert Goldberg, El nuevo hombre: de la autodestrucción a la autocuidado. New York: William Morow, 1979: 13.

Dos versiones

Es un hecho ciertísimo que el título académico de doctor no quita lo pendejo, ni aun siendo otorgado por la Ivy League. Tenerlo o no tenerlo no es cuestión de capacidad o talento, sino de saber jugar el juego, cumplir protocolariamente con los requisitos, gestionar con destreza y, conforme reza la convocatoria, llenar y agrupar los documentos bajo la prospectiva de figurar como validado:

Dear Dr. Luis A. López Soto:
I am pleased to inform you that your presentation "Dos versiones de Augurios: Rubén Darí­o y Octavio Paz, modernismo y neovanguardia" has been included in the final program for the 2007 Kentucky Foreign Language Conference, in a session on Modernismo y la Vanguardia.


En este caso mío, lo juro por Dios (que me mira) no haber mentido en mi documentación. Todo se debió a una mera atribución externa, a distancia y motivada por el lenguaje de pasarelas curriculares en este tipo de eventos. ¿Debería, por honor a la verdad, a la prudencia y a las buenas maneras, escribir a Kentucky aclarándoles el dato de que no poseo tal título? ¿Seré un pendejo si lo hago?