El cínico de lo sincrónico

Si pensamos bien, ensayar no es sólo polemizar, como sugiere el Perogrullo de la cuarta de forros de La soledad y el poder de Fugo Medina (ISC, 2006). Al debate –o debacle— de ideas producidas por la dinámica ensayística, le presupone (válgame otra perogrullada) el pensar. Pensar la lógica o móviles de la historia, pensar las simulaciones tecnificadas de la cultura, pensar las cavidades y vacíos del lenguaje, pensar las invisibles pero omnipotentes tentáculos del poder, ese leviatán acrisolada por la mass-media. Este pensar no es, sin embargo, una mera calistenia neuronal o un acto masturbatoriamente erudito, sino la articulación de los discursos que, al igual que el hombre en las ruinas modernas del famoso poema de Octavio Paz, también son imágenes que son actos que son frutos.
Si en griego el término polémica se encuentra asociado a la guerra, y si en algún sentido ensayar es ejercerla, ante la carencia de escritores locales que promuevan la discusión teórica más allá de las preocupaciones regionales y nacionales en su consabido miedo a la pérdida de lo particular, Fugo Medina se ha lanzado, en su cosmopolitismo academicista, a la batalla bajo el riesgo paradójico de resultar ileso, debido a la ausencia de enemigos-interlocutores que le apuesten a tal problemática. ¿Qué podrían interesar, para cualquier escritor del noroeste mexicano, las implicaciones concretas del pensamiento abstracto de Frederic Jameson, Michel Foucault, Jean Baudrillard, más allá de ser autores citables y sus lecturas, serias y sesudas, más bien (o debido a eso) prescindibles?
De forma sutil, como la sintaxis misma del sistema capitalista, Fugo Medina le ha dado un tácito pero firme no al establishment de la corrección política regional, que observa en el ensayo el espacio natural para construir la historia y el imaginario de nuestro presunto vacío tercermundista o el vacío a secas en el que se empaca la carne machaca. El riesgo que ha tomado Fugo le ha conferido cierto espíritu de connotaciones temerarias. Su osadía: la de pensar, desde el aquí y ahora descentralizado, al hombre a un tiempo unidimensional y complejo que supone la globalidad. Lo hace, no obstante, sin la retórica del pathos, sin el romanticismo del humanismo clásico, sin el duelo por la edad de oro cuya sublimación del pasado redunda en la reacción sentimentalista. Lo hace en el tono de la exposición, el análisis aparentemente desinteresado, la dialéctica del soslayo.
De la teoría básica del lenguaje, pasando por el microcosmos del videojuego, hasta llegar a las posiciones lacanianas del sujeto en “Losing y religión”, Fugo pasa revista a estos sistemas semióticos bajo la sospecha de complicidad y asentimiento intelectual con el orden, el elemento sincrónico como la fuerza de coerción que lo mismo dicta el programa de gobierno de un país que la dieta alimenticia de un ciudadano de clase media. Lo sincrónico es, según el constructo de Fugo, una extrapolación de Saussure para entender las implicaciones y sutilezas de la ideología hegemónica, el aquí y ahora auspiciado por el capitalismo transnacional. Su minucioso análisis parece preocupado por movilizar la teoría crítica en los mencionados productos culturales comúnmente olvidados, exceptuando a Umberto Eco, por los académicos. Acaso tal preocupación entraña una legitimación. ¿Su exposición es una crítica o un informe detallado que, como la pornografía, explicita lo privado y obsceno como un efecto de placebo?
Parafraseando a Baudrillard, el sujeto deviene objeto, de lo cual, parece observar Medina, se desprende, no ya la deshumanización o la alienación como la queja obvia y preferida del crítico moderno, sino la soledad no abstracta, sino de facto. Quedaron ya atrás las visiones trascendentalistas que conciben la soledad desde fibras metafísicas como condición esencial al ser; quedaron, asimismo, atrás la de índole mecanicista (léase marxismo) que observa en la industrialización el factor directo: el artesano transformado en obrero, blablabla… Quedaron atrás y, sin embargo, son a la vez imprescindibles, automatizadas y, por ende, equívocas.
El poder, simbólico y sufragado por la instancia de la educación formal, logra extrapolarse a las dinámicas de la vida individual y orgánica: el videoclip, la consola de nintendo, el ánime japonés, son, a su modo, una extensión del poder, de naturaleza impersonal y capaz de dividir, fragmentar y paradójicamente autorreferirse en la búsqueda vana de un referente perdido, no incluido en el manual del usuario. Son el arte de la prestidigitación, la simulación, la hiperrealidad, que, como sabemos, es más real que la realidad real.
Como en Wittgenstein y los estructuralistas, en el ensayo de Fugo subyace la idea de que las actividades humanas se articulan a la manera del lenguaje: aún más, las relaciones humanas son, básicamente y en última instancia, lenguaje y buscarle un más allá conceptual es necedad o intentar hallar a un gato negro que no existe en un cuarto obscuro. El hombre es una relación y constructo del lenguaje. La noción relacional, herencia del binomio saussuriano conformado por significante y significado, dirige una lectura analógica: el significante y significado constituyen, valiéndome de los términos mercantilistas, producto mediático y consumo respectivamente. Así como la muerte de Dios es imposible –pues no puede morir quien nunca ha nacido—, y la muerte del hombre es una postura medievalista y demasiado alarmista para tomarse en serio, dice Fugo con bostezo y sin tapujos; así, tengo para mí que el referente no se ha perdido, pues, como Dios, con base en su naturaleza eterna, nunca ha nacido. El referente, por su parte, no posee una estatus ontológico sino una operación discursiva, mutable, discontinua. Se construye cotidianamente y su búsqueda es su único sentido. Decimos el poder y, al fin al cabo, su omnipresencia, como toda obra humana, de naturaleza imperfecta y fallida, fracasa en sus fines, por más nobles o viles que éstos sean. Hay tantas razones para alegrarse como para deprimirse.
En la generalidad, la serie de supuestos e implicaciones que La soledad y el poder plantea y que intenta resolver en sus páginas, no deja de tener (so pena de usar un adjetivo por demás ambiguo y problemático) un tufo posmoderno que resulta extraño en un espacio y tiempo como el nuestro, apenas con miras a vislumbrar plenamente el proyecto moderno. Es cuestionable, en ese sentido, qué tanto del cariz y dinámica de la suburbanidad mexicana parece verse expuesta en el análisis de Medina. ¿A todas luces será, como quiere argumentar Fugo, que la crisis de identidad es de orden mundial? ¿No será, a su modo, un efugio para eludir el franco cuestionamiento de los enemigos de la globalización, dando por sentado la uniformidad y sus efectos en todo el orbe?
Instalado en un registro de voz a veces neutralizado por la estandarización del formato academicista, y a veces con el matiz lírico del ensayo libre, este libro no es, por supuesto, una urgencia de cabecera en nuestra localidad. Sin embargo, su consistencia hermenéutica no es cualquier bicoca. Debido al substrato teórico, su lectura es, digámoslo, a momentos tediosa o difícilmente masticable. A manera de provisional concesión, eso explica, también digámoslo, ya no sólo la soledad motivada por las estrategias del poder, sino la soledad de la interlocución local y el escepticismo no razonado del regionalista. Superando una polémica barata, este ensayo le apuesta a un pensar en cuyo presupuesto radica su objetivo: dar el fruto, la reflexión. También perogrullada.
El llamado final de Fugo al desenmascaramiento del poder a través de la crítica a la razón moderna es tal vez un lugar común. Propio de las buenas costumbres de la retórica humanista, tal llamado autoral podría leerse como un homenaje o un guiño de ojo que sopesa, por prurito político y ético, la lectura cínica que aquí propongo y que el lector del libro tendrá a bien corroborar o desechar*
*Texto leído en la presentación del libro La soledad y el poder el día 15 de febrero en el Dpto. de Letras yLingüística de la Unison.