Archives: enero 2009

Baudrillard sobre el amor y la seducción

Los filósofos siempre han sido unos malcogidos y estreñidos. Sólo eso explica las insufribles dosis de intelectualismo con que, al respecto del tema del amor y el erotismo, se han erigido como portadores de un temple de abstracción a la vez que fungen de jueces y partes de un teatro del cual (casi) todo se ha dicho. Desde Platón hasta Deleuze, desde Aristóteles hasta Derrida, pasando por Descartes, Kierkegaard y hasta Nietzsche, los filósofos se han azotado con metáforas, compungidos por no poder salvar lo insalvable...
Pero es Jean Baudrillard, paroxista indiferente, quien, provisto de esa aura de inminencia gris que le otorga su laconismo, fascina hasta la médula:

Del amor se puede decir todo, y no se sabe qué decir. El amor existe, y basta. Se ama a la madre, a Dios, a la naturaleza, a una mujer, a los pajarillos, a las flores: este término, convertido en el leitmotiv de nuestra cultura básicamente sentimental, es el más patético de todas las lenguas, pero también el más difundido, el más vago, el más ininteligible. En relación al estado cristalino de la seducción, el amor es una solución líquida, casi una solución gaseosa. Todo es soluble en el amor, todo es soluble para el amor. Resolución, disolución de todas las cosas en una armonía apasionada o en una libido subconyugal, el amor es una especie de respuesta universal, la esperanza de una convivencia ideal, la virtualidad de un mundo de relaciones fusionales. El odio separa, el amor reúne. Eros es aquel que junta, que acopla, que conjuga, que fomenta las sudaciones, las 100 proyecciones, las identificaciones. “Amaos los unos a los otros.” ¿Quién habría podido decir jamás: “Seducíos los unos a los otros”?*

Desenfadado, temerario y resuelto a protagonizar descentradamente un tópico que se antoja olvidable, el filósofo francés cede también un poco a la tentación del intelectualismo, no sin antes conminarnos a un delirio lúcido. En su invitación, añade:

Yo prefiero la forma de la seducción, que mantiene la hipótesis de un duelo enigmático, de una solicitación o de una atracción violentas, que no es la forma de una respuesta, sino la de un desafío, de una distancia secreta y de un antagonismo perpetuo, que permite el juego de una regla; yo prefiero esta forma y su pathos de la distancia a la del amor y de su aproximación patética. Yo prefiero la forma dual de la seducción a la forma universal del amor.

Es un yo casi elidido en un discurso que intenta refractar el no-lugar, el no-espacio, el no-referente. Un yo tan melancólico como irónico, nutrido de una intrigante respuesta:

A ello se debe que sea posible hablar de la seducción como de una forma dual e inteligible, mientras que el amor es una forma universal e ininteligible. Es posible incluso que sólo la seducción sea realmente una forma, y que el amor no sea más que metáfora difusa de una caída de los seres en la individualidad, e invención, a modo de compensación, de una fuerza universal que inclinaría a unos seres hacia los otros. ¿Por qué efecto providencial, por qué milagro de la voluntad, por qué golpe de teatro los seres estarían destinados a amarse, por qué imaginación loca es posible concebir que: «Te amo», que las personas se aman, que nosotros nos amamos?... Existe ahí una proyección desatinada de un principio universal de atracción y de equilibrio que es una pura fantasmagoría. Fantasmagoría subjetiva, pasión moderna por excelencia.

De una sección titulada "El genio maligno de la pasión" de su ensayo Las estrategias fatales, las citas aquí expuestas son, sí, una dosis de intelectualismo estéril, pero no es cualquier bicoca, sobre todo considerando que otros “filósofos” nada fascinantes sólo pueden aspirar a producir lo siguiente:

*Baudrillard, Jean. Las estrategias fatales. Barcelona: Anagrama, 2001. 99. (←Descarga aquí)