Lexington

Hasta hace poco tiempo, sólo me recordaba a la transnacional que nos provee de pollos fritos. Poco después, me enteré que es la meca de las carreras de caballos y que fue la cuna de Johnny Depp y del bluegrass. Hablo del estado norteamericano, Kentucky, cuya traducción de su capital (Louisville = villa de Luis) me despertó una sonrisa tan pueril como insulsa.
Ubicada quién sabe por qué demonios no en la capital sino en una ciudad llamada Lexington, la University of Kentucky tiene desde 1948 realizando su conferencia anual sobre lengua y literatura extranjeras. Cierto gigantismo académico ha llevado a los organizadores a reunir en esta sexagésima (¿así se dice?) versión a más de 300 ponentes –uno de los cuales soy yo. Parafraseando a Groucho Marx, ¿qué tipo de club es ése?* Tal vez para levantar el rating, se dice que todos los profesores de lengua y literatura en EUA asisten cada año a este evento. Todos, excepto Carlos Pacheco. Bueno, todos.
Desde estudios arábigos, francés y estudios francófonos, alemán y suizo, estudios eslavos, estudios luso-brasileños y, por supuesto, lingüística y literatura hispánica, que es donde me cuelo yo, los trabajos ahí presentados son toda una pasarela de mierda académica: victimistas a tono con el postcolonialismo, feministas ávidas de testosterona sublimada, queeristas en busca de una residencia en Detroit, Michigan… todas las flores del jardín de la corrección política. Tampoco faltarán los apóstatas que, a escondidas, leen los artículos de Vargas Llosa y se dan de golpes de pecho a la luz de Chomsky o el sub Marcos, ese patriarca imprescindible de las letras latinoamericanas.
Así, con Chomsky y Vargas Llosa a mis lados, pasaré inocuo, único sabedor de que soy un Octavio Paz freak, que peso 50 kilos y que me gustan los Invasores de Nuevo León. Desapercibido como un indígena que se pasea por la Europa del siglo XVII, confieso que, en vez de ir a un table o a un suburbio a conseguir hierba a mitad de la noche, durante los tres días escucharé atentamente las ponencias y, como el ñoño que soy, ensayaré la mía antes de leerla, en la espera vana de que alguien pregunte algún dato prescindible, al que contestaré orgulloso como si hubiese resuelto el hambre en el Tercer Mundo.

Se oye innecesariamente fantoche decir que soy el único profesor proveniente de una universidad mexicana o latinoamericana que presenta una investigación este año en tal evento, pero así es. Supongo que si lo escribo aquí, creerán que lo soy. Lo que no diré, aunque sea en mi defensa, es que, de los más de 300 ponentes, nadie tendrá un inglés más nefasto que el mío. Como si fuese un misionero mormón, ya me visualizo medio articulando frases clichés a la hora de solicitar mi cuenta en el hotel o pedir un taxi, cuyo chofer es un negro de inglés a un tiempo musical e incomprensible. Yo creo que es aburrido, pero me visualizo como ahora: blogueando en esta misma laptop, mientras mis colegas afuera se divierten tomando vino tinto y mentándole la madre a Bush. Por mi parte, escucharé a los Invasores de Nuevo León, of course!, y antes de dormir leeré la Biblia que piadosamente los Gedeones dejaron para mí en el tocador del cuarto del hotel.
A diferencia del año pasado cuyo destino era Cincinnati, Ohio, este año no invitaré a nadie a mi viaje. No pretenderé ser alivianado ni llevarlos conmigo, pues, como se sabe, los veré aquí. No irá el Dino Trajeado ni el pinchi Smooth. (¿Cómo será un viaje con el salaverga?)
Salgo este martes 17 de abril a la concurrida ciudad de Phoenix, o sea, Sonora pero limpio y con más comercios. De ahí volaré a Dallas (sin albur) para después dirigirme a Lexington, Kentucky, un estado norteamericano que felizmente me ignora.

*"Jamás aceptaría pertenecer a un club que admitiera a alguien como yo". -Groucho Marx