Archives: agosto 2005

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Esta es la razón por la que no he posteado nada últimamente:

En el Departamento de Letras y Lingüística ayer dio inicio la Maestría en Literatura Hispanoamericana, la cual reúne a 12 estudiantes provenientes de distintas universidades del noroeste del país y de Estados Unidos.
En una sencilla ceremonia, el director de la División de Humanidades y Bellas Artes, Gerardo Bobadilla Encinas celebró el inicio de actividades de esta especialidad, ya que con ello se cristaliza un proyecto que permitirá a la institución ubicarse en el contexto regional por su alta calidad académica.
Subrayó que esta es la primera maestría en su tipo que se ofrece a nivel noroeste y su programa académico de dos años es muy interesante.
Por su parte, la coordinadora del posgrado, María Rita Plancarte Martínez dijo que el proceso de selección de los estudiantes dio la oportunidad de elegir a 12 jóvenes talentosos “de los cuales, una tercera parte proviene de universidades del noroeste del país y de Estados Unidos y el resto son egresados de diversas generaciones de la Unison”.
Esta maestría, abundó, establecerá un diálogo con lo que la producción literaria del Continente Americano, desde México, pasando por Bolivia, Chile, Perú, hasta llegar a Argentina, “países que tienen muchos más nexos; de ahí que por ello vayamos a estudiar a los grandes autores, las grandes temáticas que preocupan ahora a los estudios literarios”.
La planta académica de esta maestría está integrada por profesores con nivel de doctorado y dos con maestría en ciencias, además de contar con el apoyo de distinguidos investigadores de otras universidades, “quienes vendrán a la Unison a impartir clases y consolidar el desarrollo académico y establecer un diálogo que garantice mejores resultados”.
Al evento de inicio de esta especialidad también asistieron la jefa del Departamento de Letras y lingüística, Martha Martínez Figueroa; así como los miembros de la Comisión Técnica y Académica de la maestría, Francisco González Gaxiola y César Avilés Icedo.
Mis 25 horas semanales de profesor de licenciatura y mis 9 horas semanales de estudiante de maestría me dejan full.
Nota: El espacio en negro soy yo.

Basura demagógica


ADVERTENCIA: Este artículo trata netamente de política. Prometo no volver a escribir algo así. Una disculpa.
Jorge Luis Borges decía que soñaba con un país en donde los ciudadanos no supieran el nombre del presidente. Esto suponía que, independientemente de quién estuviera en el poder, los asuntos públicos marcharían bien. Pero ése era sólo un sueño del escritor argentino. No es la realidad mexicana. Si cada pueblo tiene a los gobernantes que se merece, es porque hemos preferido la demagogia, ese detergente para lavar cerebros. El diccionario la define como “dominación de la plebe”, “política que halaga las pasiones de la plebe”. Y éste es el caso López Obrador, quien este viernes 12 de agosto estará en Hermosillo haciendo lo que sabe hacer: campaña.
El consagrado perredista Andrés Manuel López Obrador es la imagen viva del populismo taimado a la manera de Roberto Madrazo. Es la otra cara de la moneda, el reverso del priísta, no su contrario, pues los dos poseen características similares: despotrican contra el neoliberalismo y se santiguan ante el altar del tan llevado y tan traído pueblo. “El pueblo se cansa… de tanta pinche tranza”–profirió Obrador, despertando, por supuesto, simpatías y elogios. Al fin, dicen los crédulos ciudadanos, alguien que nos comprende. Subió su popularidad. No olvidemos, sin embargo, que popular era la Adelita entre la tropa.
Halagar las pasiones de la plebe no es sino decirle a la gente lo que quiere escuchar, no lo que necesita. Al cuestionar algunos de los puntos del proyecto político de López Obrador, me contestaba una señora, casi suspirando: “dio un discurso muy bonito”. Ante eso, ni hablar. No hay, al parecer, más argumento razonable. No, no lo hay en el país de los monstruos demagógicos. En ese sentido, la campaña presidencial de Vicente Fox fue igualmente demagógica: 15 minutos de Chiapas, virgen de Guadalupe. Carlos Castillo Peraza lo llamó “populismo de derecha” tan peligroso como el de izquierda. Pero ante López Obrador estamos ante un personaje más complejo y peligroso para la construcción de la democracia. No deja de causarme ruido el afán del tabasqueño por ofrecer diariamente conferencias de prensa que eran, en realidad, discursos. Me recuerda al venezolano Hugo Chávez, incansable orador. Me recuerda a Fidel Castro, cuyas peroratas televisivas apabullan hasta al más paciente.
Este afán de protagonismo es preocupante y síntoma de un problema más grande: la demagogia, entendida como el interés de figurar alto en las encuestas y los referéndums. No hay nada como aparecer en el noticiario haciendo declaraciones de prensa, realizando campañas que, como el “escándalo” del desafuero, dividen al país entre los buenos y los malos como si todos los mexicanos fuéramos parte un filme hollywoodense. Sólo la irresponsabilidad de los perredistas pudo llamar, en ese momento, a una movilización nacional. Recordemos la teoría del complot tan polarizante como un imán. Una falacia, una estrategia discursiva clásica del caudillismo. El mesías prometido se vería obstaculizado por las fuerzas obscuras del poder federal. Por Dios.
En general los latinoamericanos tenemos una tendencia natural al personalismo. De buena fe, confiamos más en la gente por su palabra que en los proyectos viables. Craso error. Ésa es acaso la causa de la demagogia. El sueño de Jorge Luis Borges no se hará realidad: Nunca olvidaremos el nombre de los políticos, pues diariamente aparecen en televisión como estrellas públicas. El caso López Obrador, ni se diga, un sexenio más de basura demagógica. Y conferencias mañaneras de prensa.

Un halago


Nelly, un pan, un alma de Dios, tuvo a bien, en un momento de inspiración, el detalle de dibujarme. Obviamente, me halagó profundamente y se lo agradezco.

La niñez, divino tesoro



A petición de una querida amiga, y bajo el riesgo de ser bajo y mezquino por la intención de querer "enternecer" chicas, posteo dos fotos de mi perdida niñez, esa época dorada de nuestras vidas en la cual todos -a excepción de mi amigo Carlos Pacheco- éramos llanamente bonitos. Después vendrían los años y, con ellos, la turbia huella del tiempo en nuestros degradados y feos rostros.

Un abc de la Biblia

Como primer dato fundamental, Biblia es una palabra de origen griego (el plural de biblio: “papiro para escribir” y también “libro”) que significa literalmente “los libros”. En efecto, la Biblia (en singular femenino, como pasaría directamente del latín a las lenguas occidentales) es varios libros: 66 más otros 6 -éstos últimos sólo aceptados por la confesión católica y conocidos como “deuterocanónicos”, los cuales la tradición judía y protestante no reconoce como canónicos. Segundo dato, la Biblia se divide en dos grandes apartados: Antiguo y Nuevo Testamento. Testamentun significa, en latín, “pacto” o “alianza”, cuya palabra equivalente en hebreo es berit. De ahí que, tanto la teología cristiana así como la judía, afirmen que la Biblia trata el pacto de Dios con el hombre, o la voluntad de Dios para el hombre.
El corpus bíblico es enorme y diverso, cuyas páginas contienen el relato fundacional del monoteísmo: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1: 1) para desplegarse como el paradigma religioso de la cosmovisión occidental. Haciendo un balance, el Antiguo Testamento revela a un pueblo: Israel; el Nuevo Testamento revela a un hombre: Jesús de Nazareth. El pueblo fue fundado, según la doctrina cristiana, para traer al mundo a aquel hombre, Dios encarnado (“y aquel Verbo fue hecho carne” Juan 1: 14).
Enorme, el periodo que abarcan los diferentes libros -desde el Génesis, el primero, hasta el Apocalipsis, el último, en el orden del canon, que no es necesariamente el orden de su escritura- comprende alrededor de 2500-3000 años desde los antepasados de Abraham hasta la muerte de Juan, el discípulo amado, quien presumiblemente escribe el Apocalipsis, cerrando así el canon bíblico: “Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida y de las cosas que están escritas en este libro” (Apocalipsis 22: 19).
Diversa, la Biblia es una múltiple gala de autores: reyes, poetas, sacerdotes y hasta un médico romano, Lucas, quien registra con más precisión el contexto histórico del nacimiento, pasión y muerte de Jesucristo. Tal diversidad se acota en una clasificación de libros y/o géneros relativamente compartida por todas las tradiciones religiosas del cristianismo: Históricos, Poéticos, Proféticos, Evangelios y Epístolas. En los libros denominados históricos está la explicación del origen y la caída de la nación hebrea y los recovecos que vivieron los discípulos dispersos después de la muerte de Jesucristo, una vez instaurada la iglesia primitiva. Los libros poéticos representan la literatura y sapiencia de la edad de oro de Israel: Job, un drama de la condición humana, los Salmos, verdaderos poemas de guerra y de paz, los proverbios, el Eclesiastés y el bello poema erótico Cantares. En los proféticos, son días sombríos para el pueblo judío, pues en ellos leemos que Dios trae juicio sobre éste por su pecado. Los evangelios (“buenas noticias” en hebreo) nos muestran los pasajes de la vida y muerte de Jesús. Y las epístolas constituyen el documento por antonomasia de la doctrina y mensaje de los apóstoles a las comunidades de creyentes tanto en Palestina como en Roma y Grecia.
No hay aquí espacio suficiente para abundar en otros aspectos pertinentes como la geografía y el contexto político que circunda al texto bíblico. Hoy, a más de dos mil años de escritura de su último libro, sería conveniente y hasta necesario quitarla de adorno de la sala de nuestra casa para ver qué nos dice.