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González de Alba


Luis González de Alba es un escritor atípico e incómodo para la izquierda tradicional mexicana. Autor de las novelas Los días y los años, Y sigo siendo sola, entre otras, se ha dedicado a la divulgación científica y, sobre todo, a la crítica política. Consciente de que la crítica resulta necesaria precisamente en esos sectores que se autonombran, de manera sospechosa, como “progresistas”, De Alba es enemigo de las cursilerías nacionalistas, la densidad ideológica con que los líderes y luchadores se lanzan a su batalla no razonada, la noción muy mexicana y muy latinoamericana de que somos una excepción idiosioncrática, en fin, todo esos tótems y tabúes.

Su pasado como líder estudiantil del 68, que le significó encarcelamiento en Lecumberri, le ha ayudado a entender cómo el PRI se ha clonado en el PRD. Le sirve, además, para referir cómo el actual alegato izquierdista raya en la mezquindad, el uso sistemático de la mentira. Al parecer, los pecados de gobiernos nacionalistas autoritarios se han traducido en el inmovilismo, endilgado, por una ciega culpa, a los recientes gobiernos de centro-derecha en México. Es, parece decir De Alba en sus artículos, la señal de imbecilidad de los izquierdistas que, deplorando tajantemente la democracia liberal, anhelan –a fuer de ciegos y sin saber lo que promueven— una dictadura de partido del comité central, populista, teocrática o, para variar, de caudillo. Imbecilidad porque añaden un autoritarismo a otro: el de la sinrazón, la demagogia, el rencor de clase y otras tristezas. Esos y otros temas es Luis González de Alba.
Al respecto de la reforma energética y unos que otros diretes que vinculan a Miguel Ángel Granados Chapa y Monsiváis, el mes pasado González de Alba publicó en el diario Milenio un artículo titulado “¿Y qué celebran?”, que aquí transcribo:

1. Soy de los muchos que no se entusiasman porque en el Congreso se haya pergueñado un guiso al gusto de todos los partidos (con excepción de los peleles de López) porque no resuelve el asunto central: seguiremos comprando gasolinas, el 40 por ciento, a refinerías pri-va-das, pero fuera de nuestro territorio porque la ley les sigue prohibiendo instalarse aquí y dar empleo a los mexicanos.
Cómo festejar que Pemex deberá seguir dando brincos para asociarse con capitales privados en Texas, como hizo en Deer Park, lo cual la convierte en exportadora de capital y no polo de atracción de capitales; compañías pri-va-das seguirán a cargo del transporte de derivados del petróleo con el método más costoso: camiones-pipa, pero no podrán soldar pipas entre sí para hacer un oleoducto que nos abarate a los mexicanos los productos de Pemex. ¿Alguien entiende por qué?
No veo el entusiasmo por felicitar a legisladores que legislan, pues para eso les pagamos un millón mensual a cada uno entre sueldos, prestaciones, comilonas, masajes y peluqueros. No creo en los acuerdos unánimes ni en sacrificar la eficacia por el consenso pues la democracia es el ejercicio de la mayoría luego de la discusión amplia e informada. Consenso había en la Unión Soviética y lo hay en Cuba (hasta para permitir a compañías brasileñas, españolas y noruegas que exploren sus aguas profunda, corran todo el riesgo y se repartan ganancias si encuentran yacimientos).
Tampoco veo el motivo de entusiasmo porque no se privatizó lo que nunca se propuso privatizar. Se sigue mintiendo con descaro y total impudicia que se impidió la venta de Pemex. Nadie la impidió porque nunca estuvo a la venta ni uno de esos fierros viejos que nadie en el mundo que nadie en el mundo quería comprar. Los yacimientos no respetan fronteras y los texanos ya extraen de los que comparten con nosotros, lo comienzan a hacer los cubanos. Es como si tres chuparan del mismo refresco: cuando legislemos para meter el popote, el vaso estará vacío.
Se invertirán 12 mil millones en una refinería nueva para Pemex que, con su corrupto sindicato, pierde dinero en sus refinerías. Perderán con la nueva porque la productividad de un trabajador de Pemex es siete veces inferior a la de las compañías más eficientes, y acabará comprando el crudo que refine porque durante los años de su construcción se nos habrán agotado los yacimientos por nuestro aberrante rechazo al capital privado.

2. A propósito de mi artículo pasado sobre el llamado de Granados Chapa a que los luchadores sociales dejen de emplear métodos criminales, recibí este mail de un amigo: “La entrega de la medalla Belisario Domínguez a Miguel Granados Chapa es el triunfo de las posiciones políticamente correctas aun cuando lleguen a la abyección. Granados Chapa defendió en todo momento al procurador Samuel del Villar, incluso en la aberrante acusación contra Paola Durante y coacusados por el homicidio de Paco Stanley. No rectificó ni cuando Bátiz, sucesor de Del Villar, se disculpó con Paola. Su defensa de AMLO, y en general del perredismo más pedestre, ha sido incondicional, con tópicos baratos y sin argumentos. Su estilo es acartonado y sus argumentos, inexistentes. Eso es lo que admiran nuestros ínclitos senadores”
Añado: cayó Granados en la patraña de la anciana violada en Zongolica y no ha corregido ni a la luz de datos que muestran la mala fe de los acusadores y el infundio lanzado contra soldados que, sin duda, habrían preferido hacerse una puñeta.

3. ¿Mentiras? Mi relato sobre los gritos de Monsiváis a Carmen Lira, directora de La Jornada, con la conclusión: “¡O Luis o yo!”, por la que fui echado de ese diario del que, para mi eterna ignominia, fui fundador y copropietario, lo he repetido cada que me preguntan al respecto, la última ocasión en el programa de Pablo Hiriart y Jaime Sánchez Susarrey. Jamás he sido desmentido. Nunca.
Y no fue la primera vez en que CM puso tal ultimátum. A raíz de mi artículo “La fiesta y la tragedia”, recogido en Las mentiras de mis maestros, exigió lo mismo; pero Lira, sólo a cargo de la dirección, le pidió esperar al regreso del director, Carlos Payán, en España con regreso por París para comprarse su quincuagésimo octavo traje de pana estilo intelectual proletarizado. Cuando volvió ya había entrado al quite Octavio Paz en Proceso, texto que el poeta recogió en Itinerario (p. 218). Lira sólo me comentó: “Tenía que meterse el pinche viejo”.

Conmino a los lectores a leer más artículos de Luiz González de Alba en su página.