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Rafael Sebastián Guillén Vicente

Desde la comodidad reaccionaria del cubículo en que me enclaustro a dizque estudiar, escuchaba voces de un más allá revolucionario: risas y vagos sonidos cuyo significado no alcanzaba a descifrar, me resultaron aparentemente inocuas.
Salí del cubículo con la abulia típica del (sub)asalariado enajenado. Feliz ignorante que no imagina que a su alrededor se avizoran gentes comprometidas y conscientes de la conspiración o indiferencia contra los grupos minoritarios oprimidos*, pasé por el pasillo para asomarme a la sala contigua y, sin detenerme, no alcancé a reconocer a ningún rostro. En ese momento, no conjeturé ninguna hipótesis acerca de qué podría estar yo –aunque de lejos, y porfiado aún en mi grosero individualismo— siendo testigo.
Bajé las escaleras para toparme de nuevo con otro incidente poco fuera de lo común. Una vez en el pasillo exterior, me topé a dos chicas –de acento defeño, medio hippiosas y clasemedieras— que planeaban ir al cine ese día miércoles. Supongo que su presupuesto era tan humilde como, según pude constatar después, solidaria y noble la Causa de su visita a tierras sonorenses. Era obvio que eran estudiantes de humanidades, mas no de mi universidad, más bien ganadera. Su temple serio e impertérrito revelaban una idiosincrasia más pura, lejana del tedio desértico o la frivolidad de la vida académica y cercana a la profundidad del mochilero latinoamericano. Algo así como la tradición hispánica fundada por el joven bienintencionado Ernesto Guevara y, en su versión globalizada, por Manu Chao. Con todo, planeaban ir al cine.
Al llegar a la calle, sólo bastó una imagen para que todo cobrara sentido y aquellas voces dispersas del aula contigua me resonaran ahora claras y unívocas. Frente al edificio, se hallaba estacionada una camioneta con la leyenda “EZLN. Comisión Sexta.” En ese momento, he allí que vi en visión la verdad de lo que me había ocurrido. Estuve a punto de encontrarme personalmente con Rafael Sebastián Guillén Vicente. Esa camioneta guinda, más intensa que el rojo ruso, me resultaba a un tiempo irreal como digna de una foto, que no tomé. Pero he aquí otra evidencia de los hechos:
Confirmé mi potencial coincidencia con el encapuchado sujeto cuando, al día siguiente, indagué con dos chicas locales, también medio hippiosas y clasemedieras. Serias e impertérritas, asintieron: el tour neozapatista secundado por grouppies del centro de la república (estoy parafraseando) respondía a la búsqueda de adherentes en Sonora, la bárbara; si bien dotada de cuantiosos pueblos indígenas que podrían servir de objeto de la manipulación (estoy tergiversando) en la realización de un encuentro indígena. Entiéndase (quiero pensar) que a estos olvidados de la mano de Dios no se les maniatará, como a los tzotziles para que paguen por sus armas.
La revelación es que aquellas voces fueron capaces de actuar contra la Matrix, el Sistema. Fueron, además, capaces de redimir la infraestructura hegemónica estatal gracias a las nobles gestiones de un emérito profesor fervientemente comprometido con la Causa. Algo así como un Garganta profunda a la inversa, mientras que yo, lleno de mí, sitiado en mi epidermis por un dios inasible que me ahoga, cuantificaba tropos y me azotaba con metáforas en el cubículo de al lado. Tal vez perdí la oportunidad de mi vida: reivindicarme con el pueblo (sic) y unirme a la Causa, sí, la oportunidad de salir de mi epidermis…
En uno de sus primeras frases célebres, don Guillén afirmaba que él y su gente pugnaban por un mundo donde cupieran otros mundos. O sea, ellos y nosotros. A partir del viraje que ha dado su movimiento, transfigurándose de ortodoxa revolución marxista de raigambre sandinista, para volverse de perfil neo-indigenista, aunque siempre autoproclamada zapatista, me parece que ha logrado su objetivo global y local. En su mundo literario, de tours y guerra mediática en La Otra Patraña, de subversiones on line, cabemos todos aquellos profesores malpagados –como lo fue alguna vez él— que no creemos en su movimiento. Tanto así cabemos que sólo porque el diablo no duerme (o porque Dios es grande) no coincidimos en el mismo pasillo, sin contar que casi saludaba a sus grouppies cinéfilas.
No cabe duda que su revolución ha triunfado. En menos tiempo, aunque con más tecnología, ha hecho lo que ningún revolucionario armado hubiera podido: viajar desde el sureste mexicano hasta el norte en camioneta y mandar mensajitos de celular cargados de buena literatura. Eso sin contar el éxito rotundo que su persona y sus ideales (esto último es un decir) han levantado en las conciencias europeas. No sé si sentirme halagado con las últimas personalidades visitantes de mi tierra periférica: Mel Gibson, Ernesto Cardenal y el Sub-Zero –no el otro encapuchado del videojuego Mortal Kombat. Lo que sí es un hecho es que vamos progresando.
No me uní a la Causa, pero quizá en el fondo, y no en los métodos, coincidamos más de lo verosímil, pues yo también fui al cine ese día miércoles. Algo es algo.

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*“Gay en San Francisco, negro en Sudáfrica, asiático en Europa, chicano en San Isidro, anarquista en España, palestino en Israel, indígena en las calles de San Cristóbal, chavo banda en Neza, rockero en CU, judío en Alemania nazi, ombudsman en la Sedena, feminista en los partidos políticos, comunista en la posguerra fría, preso en Cintalapa, pacifista en Bosnia, mapuche en los Andes, maestro de la CNTE, artista sin galería ni portafolios, ama de casa un sábado por la noche en cualquier colonia de cualquier ciudad de cualquier México, guerrillero en el México de fin del siglo XX, huelguista en la bolsa de New York, reportero de nota de relleno en interiores, machista en el movimiento feminista, mujer sola en el metro a las 10 p.m., jubilado en plantón en el Zócalo, campesino sin tierra, editor marginal, obrero desempleado, médico sin plaza, estudiante inconforme, disidente en el neoliberalismo, escritor sin libros ni lectores, y, es seguro, zapatista en el Sureste mexicano”. (Comunicado neozapatista del 28 de mayo de 1994). Sólo porque el revolucionario parece tener conciencia de un recurso retórico, propio de todo escritor que se precie de serlo, me atrevo a glosar su texto matizando o corrigiendo su primera analogía: el estimado guerrillero acaso extrapola arbitrariamente la condición homosexual en el consabido puerto californiano, al ignorar que tal grupo no resulta en la actualidad tan oprimido como los de la serie de analogías. La suerte de minoría homosexual californiana, según dicen los que han estado ahí, no es ya de la misma naturaleza que la del palestino en Israel, blablabla… Y me refiero a The Castro District. La red de metáforas que se asocian a la nominalización mántrica de Marcos queda, al menos en este caso, circunscrita al resto de la serie analógica. Lo anoto con el objetivo de que la verdad histórica halle plena armonía con la alta prosa, a la que el vate Rafa ha constantemente visitado.