Don de lenguas

Ahí donde hay metáfora, ritmo e imagen, hay también un modelo psíquico, acaso prelógico, de expresión. Como forma peculiar del lenguaje, la poesía no es sino una modelización secundaria (Ingarden), un metalenguaje. Es, en suma, otro lenguaje. Reina de las analogías, la poesía es, no obstante, una estructura de segundo orden. Y como tal por hablar de la poesía moderna—, esta podría ser el principio de equivalencia (Jakobson) de muchos fenómenos. Este es solo uno de ellos.

El fenómeno es conocido tanto en el cristianismo como en algunas otras religiones y vertientes del esoterismo. En occidente se registra en el libro bíblico de Hechos, capítulo 2:
1 Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos.
2 Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados;
3 y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos.
4 Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.
5 Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo.
6 Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua.
7 Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan?
8 ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido?
9 Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia,
10 en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones de África más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos,
11 cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.
12 Y estaban todos atónitos y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto?
13 Mas otros, burlándose, decían: Están llenos de mosto.
Como se describe en el pasaje, el creyente adquiere repentinamente la habilidad de orar en lenguas humanas no aprendidas (xenoglosia) y/o en lenguas angelicales (glosolalia), es decir, “lenguas” incomprensibles para el ser humano. Ante la acusación de embriaguez, el cristianismo primitivo atribuyó tal evento al “bautismo en el Espíritu”, corolario del bautismo en agua de Juan el bautista (Mateo 3:11) y como evidencia de la presencia de Dios en el cuerpo. Son abundantes las referencias neotestamentarias al respecto, aunque los cristianos del primer siglo abandonaron la práctica: Dios, en su modalidad o persona de Espíritu Santo, se volvió más bien un concepto y no tanto un “viento recio” o fuego lingüístico. A la postre, los teólogos cristianos acuñaron las nociones de xenoglosia y glosolalia para describir y entender doctrinalmente el éxtasis del llamado don de lenguas. La dispensación del hablar en lenguas, de los milagros, de las profecías, había acabado. Solo se registra muy esporádicamente ya en la secta de Montano, ya en cierto sector de los cuáqueros.

El don de lenguas no reingresó a las iglesias sino hasta principios del siglo XX con el pentecostalismo (el revival de Azusa Street), que dio a su vez lugar al movimiento carismático, el cual tuvo una cierta influencia tanto en la mayoría de denominaciones del protestantismo histórico (luteranos, anglicanos, presbiterianos, bautistas, metodistas et álii), como en el catolicismo, léase catolicismo renovado o llamado “carismático”.

La respuesta racionalista sugiere que hay un trance hipnótico ligero inducido por la autosugestión; que los que hablan en lenguas buscan una regresión a una especie de balbuceo infantil; que se trata de criptomnesia, una especie de memoria oculta y repentinamente exaltada, noción explicada por el psicoanalista Carl Gustav Jung (Babcox 35).

Para la teoría literaria esto es (o debería ser) irrelevante. Lo interesante es cómo la poesía comporta un lenguaje, un metalenguaje que, por analogía o por extensión, da cuenta de una relación dinámica, si bien sutil, con lo sagrado. Una relación ya muchas veces señalada, aunque de vez en cuando revisitada como se puede ver, por ejemplo, a partir de las vanguardias. (Al respecto puede leerse aquí.) Las vanguardias como un nuevo romanticismo que aspira a una inspiración descentrada, una nueva revelación que reactive, frente al pragmatismo burgués y más allá del decadentismo occidental, las fibras del poeta como un místico que “nada sabe” sino del trance de ser un mero canal de “otra voz”.

A propósito de tal canalización, el poeta y ensayista Octavio Paz explica su experiencia al escribir su monumental poema Piedra de sol:
No tenía plan. No sabía lo que quería. Piedra de sol se inició como un automatismo. Las primeras estrofas las escribía como si literalmente alguien me las dictara. Lo más extraño es que los endecasílabos brotaban naturalmente, y que la sintaxis, y aun la lógica, eran arbitrariamente normales. De pronto sobrevino una interrupción. Había escrito unos treinta versos y no pude seguir. Salí al extranjero por dos semanas (…) y a mi regreso, al releer lo escrito, sentí la necesidad de continuar el texto. Volví a escribir con una extraña facilidad, pero en esta ocasión intenté utilizar la corriente verbal y orientarla un poco. Poco a poco el poema se fue haciendo, me fui dando cuenta hacia dónde iba el texto. Fue un caso de colaboración entre lo que llamamos el inconsciente (y que para mí es la verdadera inspiración), y la conciencia crítica racional. A veces triunfaba la segunda, a veces la inspiración. (Santí 108)
El resultado es claramente un texto a un tiempo medido y libre, adentrado en esa visión compleja entre el ciclo del tiempo mítico y la linealidad de la razón moderna. La relación que tuvo Paz con el surrealismo, dijo él mismo, fue meramente tangencial. No practicó la escritura automática a la manera de André Breton. Sin embargo, cabe señalar ese substrato psíquico-lingüístico que busca la consecución de sonidos, vocablos, más que de temas y sentidos referenciales. Algo así como una respiración vital que construye una
“mantrificación” en el alma del poeta, al mismo tiempo que obnubila los contenidos del poema, le presta un significado mayor: el de ser un conjunto de sonidos casi asignificantes, como una oración que transforma el hombre que la recita o lee y, así, la reescribe, más y más inserto en un timing recurrente. Un ritual verbal interno a los significados, de iniciación a una dimensión tanto poética como religiosa. (Costa 90)
Una poesía que es asimismo una vía de acceso, una invocación ciega a la nada concreta de la página en blanco. Ahí donde el lenguaje referencial, la sintaxis lógica y la semántica son suspendidos, descentrados, o, más aun, violados, ahí queda sin embargo una estructura inmarcesible. Así como la gracia irresistible de san Agustín, el lenguaje es ya un don irresistible que hemos configurado incluso para clausularlo como en la figura de Vicente Huidobro, un vanguardista anterior a Paz, quien plantea un agotamiento de las referencias semánticas en el canto VII, al final de su poema Altazor:
Al aia aia
ia ia ia aia ui
Tralalí
Lali lalá
Aruaru
urulario
Lalilá
Rimbibolam lam lam
Uiaya zollonario
lalilá
Monlutrella monluztrella
lalolú
Montresol y mandotrina
Ai ai
Montesur en lasurido
Montesol
Lusponsedo solinario
Aururaro ulisamento lalilá
Ylarca murllonía
Hormajauma marijauda
Mitradente
Mitrapausa
Mitralonga
Matrisola
matriola
Olamina olasica lalilá
Isonauta
Olandera uruaro
Ia ia campanuso compasedo
Tralalá
Aí ai mareciente y eternauta
Redontella tallerendo lucenario
Ia ia
Laribamba
Larimbambamplanerella
Laribambamositerella
Leiramombaririlanla
lirilam
Ai i a
Temporía
Ai ai aia
Ululayu
lulayu
layu yu
Ululayu
ulayu
ayu yu
Lunatando
Sensorida e infimento
Ululayo ululamento
Plegasuena
Cantasorio ululaciente
Oraneva yu yu yo
Tempovío
Infilero e infinauta zurrosía
Jaurinario ururayú
Montañendo oraranía
Arorasía ululacente
Semperiva
ivarisa tarirá
Campanudio lalalí
Auriciento auronida
Lalalí
Io ia
iiio
Ai a i a a i i i i o ia
Si, como quería Huidobro, el poeta es un pequeño Dios, un creador, entonces ese don de lenguas otrora sagrado y ritual se ha desprendido de un núcleo simbólico para multiplicarse según la vocación retórica de cada sujeto lírico. En algún punto de la conciencia occidental el don de lenguas se ha vuelto un ejercicio centrífugo sin renunciar por ello a su carácter enunciativo, que dice sin decir, que dice más bien lo que alude y que refleja como una intermitencia entre la pulsión de conciencia e inconsciencia— un fluido sin fuente (el lenguaje es demiurgo a la vez que creación) y que impide, sin embargo, renunciar a lo inefable.

Obras citadas


Babcox, Neil. En busca de la realidad carismática. Puebla: Ediciones las Américas, 1987.
Santí, Enrico Mario. El acto de las palabras. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1997.
Costa, Horácio. “Piedra de sol: el título”. Cuadernos Americanos 26 (1991): 83-97.
Huidobro, Vicente. Altazor o el viaje en paracaídas. 2da. edición. Madrid: Petrópolis, 2010.