Tan lejos de Bush

"Amo demasiado a mi país para ser nacionalista"
-Albert Camus

Tristemente, ser mexicano -una vez más, después de 2 de noviembre de 2004- ha de implicar, sencillamente, ser antinorteamericano. Una vez más nuestra tendencia a la afirmación a partir de la negación. Ser mexicano es no ser gringo. "Los gringos, dice el chauvinismo ramplón e ignorante, no tienen cultura. Nosotros sí". Esta actitud en nuestra idiosincrasia es ya instintiva y, por lo tanto, irrefutable. El viejo refrán (Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos) tiene hoy un significado confuso. ¿Qué significa hoy, en medio de grandes polarizaciones y derrumbes ideológicos, tal lejanía y cercanía? ¿Cuál es el asunto en verdad importante de nuestra vecindad? Es claro que no somos nosotros, herederos de la contradictoria Malinche, los más favorecidos.
Sin embargo, a estas alturas de los tiempos, deberíamos revisar (o desmitificar) nuestro curioso nacionalismo. La verdadera campaña anti-Bush no la ha llevado acabo Michael Moore (director de Fahrenheit 9/11), ni el Partido Demócrata, ni la sociedad civil estadounidense preocupada por el principio bélico que dicta la política internacional de sus gobernantes, sino Latinoamérica. Las izquierdas latinoamericanas marcaron, desde un principio, su postura. Bush era una amenaza internacional. México, cuya frontera norte es un ojo de huracán y testimonio vivo de nuestra condición frente a EUA, ha tenido una voz clave en tal campaña. No obstante, como sabemos, el mundo no es como queremos y, en un proceso electoral extraño para nosotros, Bush fue reelecto.
Una vez más, un trauma histórico que tiene, sin duda, sus dobleces y contradicciones. Ante la evidente y crítica situación política y económica al sur de Río Bravo, no queda sino la queja fácil, la autoindulgencia ideológica: la culpa es de EUA y las transnacionales, el Fondo Monetario Internacional y George W. Bush, que quiere el petróleo del mundo (“¡el nuestro!”…-proclaman rasgándose las vestiduras algunos dinosaurios del PRI.) Amén de otros lugares comunes. De ahí nuestra leve simpatía por los demócratas norteamericanos. John Kerry, un voto (¿mal?) necesario. Sin embargo, tal simpatía –a la luz de ciertos hechos económicos- puede no precisamente beneficiar. El Partido Demócrata, generalmente asociado e identificado con el ala sindicalista, no dudaría en ceder a ésta y reforzar el proteccionismo, el cual significa, a pesar del TLC, menos acceso de productos mexicanos a EUA. Es curioso, ante esto, nuestro encogimiento de hombros. ¿De qué se trata? La izquierda y la derecha no son conceptos y realidades puras. Hay un plus: ese nivel que trasciende el ideológico. La izquierda inglesa no apoyaba la gratuidad de la universidad pública, mientras que en México la izquierda la tomaba como bandera de identidad (léase paro de UNAM).
Tales contradicciones no se resuelven ni se superan: se disimulan o se olvidan, se petrifican y se incorporan a nuestra vida cotidiana. "Los otros, los gringos, no tienen cultura". Eso no impide, por supuesto, que a lo ancho de nuestra frontera, miles de mexicanos crucen, cada fin de semana, la línea en un engorroso trámite de verificación del cual, por otra parte, se quejan e hipócritamente afirman que "como México no hay dos". Tampoco evita que muchos más mexicanos aspiren a conseguir un empleo de las arcas de la estable economía norteamericana. Emulamos lo que decimos despreciar. Una vez más, la autoindulgencia. La afirmación a partir de la negación. ¿No hay más?