Hace poco abrí mi correo y me topé con la agradable sorpresa de tener la invitación de una chica turca. Sí, de Turquía, un país musulmán cuya geografía e historia representa un caso híbrido y particular, pues se debate, hoy, entre la religión y el secularismo de la democracia occidental. Sobre todo, con lo que tiene que ver con los derechos y papel de la mujer. Turquía es el país “menos musulmán” de los países musulmanes, en el sentido de que el grado de secularización alcanzado en las últimas décadas es más o menos notable: se dice que es ya común ver a mujeres con el ombligo al aire por las calles de Estambul o Ankara. Un hecho inaudito en Irán o en otros países del Medio Oriente. Y vaya que son atractivas las turcas.
Ubicada sintomáticamente una parte en Asia y otra en Europa –la península asiática, “Anatolia” (97%) y la parte europea, “Tracia” (3%)—, Turquía tuvo su reforma liberal a partir de la figura de Kemal Atartuk, quien en 1923 instituyó una democracia parlamentaria, separó la religión del Estado y cambió los caracteres árabes del turco a caracteres latinos.
De esa manera, los turcos aprenden con accesibilidad hegemónica el idioma inglés: Özlem y yo platicamos en nuestro inglés improvisado, globalizado... Una plática que tiene miras en la visión de la otredad como con nostalgia de un tiempo mental del que fuimos arrebatados por la contingencia nosotros, quienes nos creemos universales y pretendemos –siguiendo un abc del cosmopolitismo— reconocernos en la viñeta oblicua de otras latitudes. Para mayor claridad, diría un pedante, lo diré así: el eidetismo de la fenomenología. (Perdón, pero quería usar pedantemente esa palabra en mi blog). Claro, aunque ese reconocimiento concretamente a veces tenga que ver más con Linking Park, Metallica, Marilyn Manson, que con otra exquisitez de la esencia humana. O tal vez, la esencia humana contemporánea sea Linking Park, Metallica y Marilyn Manson.
Hi5 llega a Turquía, como a todo al mundo donde hay acceso a la matrix-red, permitiendo la intercomunicación entre los diversos miembros del planeta. Sin embargo, la globalización no es tan brutalmente eficaz o unipolarizante como arguyen los críticos, nacionalistas celosos de las fronteras políticas-económicas y las identidades culturales. A veces, no dejo de sentir algún tipo de extrañamiento frente al complejo mosaico de implicaciones diferenciadoras entre una bella chica musulmana de 21 años de Ankara y un ente suburbano y tercermundista como puede ser, por ejemplo, yo.
Tal bifurcación se refleja también en la disputa política de la incorporación de Turquía a la Unión Europea, lo que haría más patente su occidentalización. Turquía quiere ser europea y, sin embargo, es aún la otra. Con el estigma religioso del Islam, carga a cuestas una tradición sospechosa para el ojo moderno que no concibe que una sociedad crea en un Dios omnipotente, ore cinco veces al día y lea a pie juntillas su libro sagrado. El paralelo de esta idiosincrasia con la tradición cristiana es innegable por razones de índole histórica, pues, según la Biblia (Hechos 11: 26), es en Turquía donde se llamó por primera vez cristianos a los discípulos de Jesús de Nazareth. Más tarde, el emperador Constantino declararía en Constantinopla el cristianismo como la religión del imperio romano. Esta ciudad, a la postre, se convertiría en Estambul con la invasión del imperio otomano (1453 d. C.), dejando de ser el bastión del cristianismo bizantino para ser lo que es hasta nuestros días: una comunidad musulmana con raíces cristianas muy recónditas.
Éstas son las bondades del fenómeno global del Internet: te permite conocer a gente cuyo lugar de origen es remoto a ti tanto física como culturalmente. Asimismo, como en la suerte de una prestidigitación, te brinda la convivencia de sujetos diferenciados –ya sea por no creer en Muhammad o por no creer que Dios tenga un Hijo— aunque hermanados. Definitivamente, sin dejo de ironía, el sistema funciona.