Más que en otras corrientes y manifestaciones del cristianismo, específicamente en el mundo católico es donde la muerte (aún sobre las enseñanzas y resurrección) de Jesús de Nazareth, es decir, el sacrificio expiatorio, resalta y cobra presencia litúrgica en su culto. La misa es la re-crucifixión perpetua. Los diversos Cristos ensangrentados que pueblan las parroquias y catedrales católicas evidencian esta afirmación. La muerte, anhelo de vida, es también sed de amor. La sangre, sin cuyo derramamiento no hay perdón de pecados, se nos presenta -como en las pinturas medievales- ahora en la sugerencia carmesí a veinticuatro imágenes por segundo. El apóstol Pablo afirma que "la fe es por el oír" (Ro. 10:17). Aquí, en nuestro caso inmediato y posmoderno, la fe ha venido por el ver. La imagen ha substituido parsimoniosamente a la palabra. Esta revisión mediata de la transmisión de la "palabra de Dios" constituye un fenómeno coyuntural. Resulta más asequible contemplar –con toda literalidad- el estímulo piadoso de la fe que asirlo en el documento textual clásico: la Biblia.
Mel Gibson es un cristiano. Perteneciente a una rama católica que niega la autoridad papal desde el Concilio Vaticano Segundo, Gibson se propuso recrear los instantes cruciales de la muerte de Jesús de Nazareth. Aun más, quiso representar un dramatismo religioso. Así pues, apeló a la fe de millones. Lo primero que se me viene a la mente cuando sé que voy a ver una película hablada en arameo y latín, es que me dispongo a observar una representación historicista o hasta naturalista. Una vez vista ésta, sí y no es la respuesta. Si por naturalismo entendemos vivacidad y crudeza, sí; por otra parte, si entendemos naturalismo por naturaleza desinteresada, no. Toda obra de arte está, desde su origen, focalizada. Hay quien diga, viciada.
Mel Gibson, que cautivó a todos en el filme épico Corazón valiente, y consciente de ello, ha creado en la Pasión una obra cinematográfica de drama religioso profundamente lírico. Impregnada de fe y una muy leve dosis de doctrina, tal película tiene la particularidad de conmover emotivamente al creyente y al no creyente. Con un matiz solemne que llega a un plano devocional y meditativo, este via crucis cristológico suscita hoy un debate acerca de la naturaleza de la maldad y la virtud... Hemos visto la esencia y/o existencia mortal curtida en facciones por el poder político (Roma), el fanatismo religioso (Israel), cuyo corolario es la voluntad trascendente del Padre: redimir a la humanidad.
La pasión de Cristo, cuyo filme es, sin duda, la pasión religiosa de Gibson, aparte de los desmayos y las dos muertes que por el impacto de las imágenes se han registrado, ha suscitado severas críticas en México. (Algunos sugieren que la clasificación C otorgada a la Pasión es la venganza tardía por la prohibición de La última tentación de Cristo, que "casualmente" en este año 2004 está siendo proyectada en cines públicos y medios universitarios.) Sabemos ya del caso norteamericano en el supuesto germen antisemita, etc. La izquierda anticlericalista y cierto sector académico ha levantado su dedo erguido. El experto en Nuevo Testamento Ernesto de la Peña escribió en Proceso, sin dejar de recomendarla, frases como "rudeza innecesaria" en su comentario a la película. Se le objeta a Gibson no explicar el contexto histórico-social desarrollado para justificar los hechos macabros que desembocan en la crucifixión. Es decir, se le pide naturalismo en ese sentido. Algunos sujetos quieren ir al cine para aprender historia. Otros, a renovar sus votos abandonados y otros sólo para alcanzar una especie de catarsis psicoprofiláctica y domesticada. Lo cierto: es una película cristiana. Es específicamente católica, pues hay una constante orientación a mostrar el aspecto heroico de María, el cual raya en la devoción.
Como universal y concreta, la lógica supuesta en la versión propia de Gibson se envuelve desde el estoicismo humano y el determinismo divino. Y entre esos dos elementos no necesariamente opuestos, somos testigos de una brecha extática, un espasmo vivaz e incandescente. Clasificar a Jesús como un mero héroe, a la manera de Willliam Wallace, no hace justicia a nadie, ni a los más escépticos del cristianismo. Lord Byron, ese romántico iluminado, dijo: "Si alguna vez Dios se hizo hombre, o el hombre fue Dios, ése fue sin duda Jesús." La fe piadosa es irrefutable por intransferible e instintiva. Lo que los críticos no le perdonan a Gibson es su osadía histórica, o porque creen que el mundo -a estas alturas bélicas- es insalvable. Sin embargo, es tal fundamento la piedra angular de una civilización: Dios traspasó el umbral del espacio-tiempo. El dilema teológico del Dios-hombre resulta magistralmente acotado en una visión filosófica y poética que cuestiona nuestra más recónditas certezas y bases racionalistas. Que Dios actuó en la historia y se reveló en Palestina y que se ha conocido a este acto como el "particularismo judío", es el valor sine quanon de la fe cristiana, la dimensión sobresaliente respecto a otras fes y credos. Ser pecador, es decir, haber nacido, es nuestra falta. "...la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos" (1 Co. 15:21). Entender que la búsqueda humana y finita del sentido consiste en escudriñar nuestra naturaleza, tal vez ayude a explicar por qué –sea por el oír o por el ver- la historia de la Pasión no es la historia del prejuicio antisemita, pues figura en ella el más grande semita.
Mel Gibson es un cristiano. Perteneciente a una rama católica que niega la autoridad papal desde el Concilio Vaticano Segundo, Gibson se propuso recrear los instantes cruciales de la muerte de Jesús de Nazareth. Aun más, quiso representar un dramatismo religioso. Así pues, apeló a la fe de millones. Lo primero que se me viene a la mente cuando sé que voy a ver una película hablada en arameo y latín, es que me dispongo a observar una representación historicista o hasta naturalista. Una vez vista ésta, sí y no es la respuesta. Si por naturalismo entendemos vivacidad y crudeza, sí; por otra parte, si entendemos naturalismo por naturaleza desinteresada, no. Toda obra de arte está, desde su origen, focalizada. Hay quien diga, viciada.
Mel Gibson, que cautivó a todos en el filme épico Corazón valiente, y consciente de ello, ha creado en la Pasión una obra cinematográfica de drama religioso profundamente lírico. Impregnada de fe y una muy leve dosis de doctrina, tal película tiene la particularidad de conmover emotivamente al creyente y al no creyente. Con un matiz solemne que llega a un plano devocional y meditativo, este via crucis cristológico suscita hoy un debate acerca de la naturaleza de la maldad y la virtud... Hemos visto la esencia y/o existencia mortal curtida en facciones por el poder político (Roma), el fanatismo religioso (Israel), cuyo corolario es la voluntad trascendente del Padre: redimir a la humanidad.
La pasión de Cristo, cuyo filme es, sin duda, la pasión religiosa de Gibson, aparte de los desmayos y las dos muertes que por el impacto de las imágenes se han registrado, ha suscitado severas críticas en México. (Algunos sugieren que la clasificación C otorgada a la Pasión es la venganza tardía por la prohibición de La última tentación de Cristo, que "casualmente" en este año 2004 está siendo proyectada en cines públicos y medios universitarios.) Sabemos ya del caso norteamericano en el supuesto germen antisemita, etc. La izquierda anticlericalista y cierto sector académico ha levantado su dedo erguido. El experto en Nuevo Testamento Ernesto de la Peña escribió en Proceso, sin dejar de recomendarla, frases como "rudeza innecesaria" en su comentario a la película. Se le objeta a Gibson no explicar el contexto histórico-social desarrollado para justificar los hechos macabros que desembocan en la crucifixión. Es decir, se le pide naturalismo en ese sentido. Algunos sujetos quieren ir al cine para aprender historia. Otros, a renovar sus votos abandonados y otros sólo para alcanzar una especie de catarsis psicoprofiláctica y domesticada. Lo cierto: es una película cristiana. Es específicamente católica, pues hay una constante orientación a mostrar el aspecto heroico de María, el cual raya en la devoción.
Como universal y concreta, la lógica supuesta en la versión propia de Gibson se envuelve desde el estoicismo humano y el determinismo divino. Y entre esos dos elementos no necesariamente opuestos, somos testigos de una brecha extática, un espasmo vivaz e incandescente. Clasificar a Jesús como un mero héroe, a la manera de Willliam Wallace, no hace justicia a nadie, ni a los más escépticos del cristianismo. Lord Byron, ese romántico iluminado, dijo: "Si alguna vez Dios se hizo hombre, o el hombre fue Dios, ése fue sin duda Jesús." La fe piadosa es irrefutable por intransferible e instintiva. Lo que los críticos no le perdonan a Gibson es su osadía histórica, o porque creen que el mundo -a estas alturas bélicas- es insalvable. Sin embargo, es tal fundamento la piedra angular de una civilización: Dios traspasó el umbral del espacio-tiempo. El dilema teológico del Dios-hombre resulta magistralmente acotado en una visión filosófica y poética que cuestiona nuestra más recónditas certezas y bases racionalistas. Que Dios actuó en la historia y se reveló en Palestina y que se ha conocido a este acto como el "particularismo judío", es el valor sine quanon de la fe cristiana, la dimensión sobresaliente respecto a otras fes y credos. Ser pecador, es decir, haber nacido, es nuestra falta. "...la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos" (1 Co. 15:21). Entender que la búsqueda humana y finita del sentido consiste en escudriñar nuestra naturaleza, tal vez ayude a explicar por qué –sea por el oír o por el ver- la historia de la Pasión no es la historia del prejuicio antisemita, pues figura en ella el más grande semita.