Despues de escribir su Concepto de la angustia, dejó la pluma, se desabotonó la camisa, y se acostó en la cama. Boca arriba y con la mano abierta sobre el pecho, no lograba percibir su vaivén respiratorio; el subibaja estomacal se mostraba casi inmóvil. Fue entonces que Sören, melancólico y diáfano consigo, se dijo:
Anoche fui a una fiesta. Todos admiraban mi personalidad y mi sobriedad. Estaban de acuerdo en que era el más agradable, por lo que supe que me encontraba de sobra en ese lugar. Regresé a mi departamento.
Se levantó al sentir alacranes en la sábana. Los buscó: nada. Oyó ruidos. Caminos hacia la ventana. Se asomó a la calle: nadie. Intentó gritar a un transeúnte. Sólo se le ocurrió la palabra nada. No salió ningún sonido de boca, ya seca. Bebió agua directamente de una jarra, chorreándose hasta llegar a su ombligo. Pensó: "Oh, devenir que invades mi espíritu, tu camino es el abismo terrenal de..." Y no dijo más nada.
No fue necesario un leve mareo para recordarle que seguía existiendo: la existencia inundaba sus tuétanos y le impedía contemplar más allá de ella. Perdido en su angustia, el laberinto de buscarse sin encontrarse y de encontrarse sin buscarse, círculo nauseabundo, le llegó la noche. Su espíritu era un gemido indescifrable. Se acercó de nuevo a la ventana. Miró al cielo: nada, vacío. Miró dentro de sí: y nada, vacío. Cerró la ventana y, con pistola en mano, Sören pensó en volarse los sesos.