Como primer dato fundamental, Biblia es una palabra de origen griego (el plural de biblio: “papiro para escribir” y también “libro”) que significa literalmente “los libros”. En efecto, la Biblia (en singular femenino, como pasaría directamente del latín a las lenguas occidentales) es varios libros: 66 más otros 6 -éstos últimos sólo aceptados por la confesión católica y conocidos como “deuterocanónicos”, los cuales la tradición judía y protestante no reconoce como canónicos. Segundo dato, la Biblia se divide en dos grandes apartados: Antiguo y Nuevo Testamento. Testamentun significa, en latín, “pacto” o “alianza”, cuya palabra equivalente en hebreo es berit. De ahí que, tanto la teología cristiana así como la judía, afirmen que la Biblia trata el pacto de Dios con el hombre, o la voluntad de Dios para el hombre.
El corpus bíblico es enorme y diverso, cuyas páginas contienen el relato fundacional del monoteísmo: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1: 1) para desplegarse como el paradigma religioso de la cosmovisión occidental. Haciendo un balance, el Antiguo Testamento revela a un pueblo: Israel; el Nuevo Testamento revela a un hombre: Jesús de Nazareth. El pueblo fue fundado, según la doctrina cristiana, para traer al mundo a aquel hombre, Dios encarnado (“y aquel Verbo fue hecho carne” Juan 1: 14).
Enorme, el periodo que abarcan los diferentes libros -desde el Génesis, el primero, hasta el Apocalipsis, el último, en el orden del canon, que no es necesariamente el orden de su escritura- comprende alrededor de 2500-3000 años desde los antepasados de Abraham hasta la muerte de Juan, el discípulo amado, quien presumiblemente escribe el Apocalipsis, cerrando así el canon bíblico: “Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida y de las cosas que están escritas en este libro” (Apocalipsis 22: 19).
Diversa, la Biblia es una múltiple gala de autores: reyes, poetas, sacerdotes y hasta un médico romano, Lucas, quien registra con más precisión el contexto histórico del nacimiento, pasión y muerte de Jesucristo. Tal diversidad se acota en una clasificación de libros y/o géneros relativamente compartida por todas las tradiciones religiosas del cristianismo: Históricos, Poéticos, Proféticos, Evangelios y Epístolas. En los libros denominados históricos está la explicación del origen y la caída de la nación hebrea y los recovecos que vivieron los discípulos dispersos después de la muerte de Jesucristo, una vez instaurada la iglesia primitiva. Los libros poéticos representan la literatura y sapiencia de la edad de oro de Israel: Job, un drama de la condición humana, los Salmos, verdaderos poemas de guerra y de paz, los proverbios, el Eclesiastés y el bello poema erótico Cantares. En los proféticos, son días sombríos para el pueblo judío, pues en ellos leemos que Dios trae juicio sobre éste por su pecado. Los evangelios (“buenas noticias” en hebreo) nos muestran los pasajes de la vida y muerte de Jesús. Y las epístolas constituyen el documento por antonomasia de la doctrina y mensaje de los apóstoles a las comunidades de creyentes tanto en Palestina como en Roma y Grecia.
No hay aquí espacio suficiente para abundar en otros aspectos pertinentes como la geografía y el contexto político que circunda al texto bíblico. Hoy, a más de dos mil años de escritura de su último libro, sería conveniente y hasta necesario quitarla de adorno de la sala de nuestra casa para ver qué nos dice.
El corpus bíblico es enorme y diverso, cuyas páginas contienen el relato fundacional del monoteísmo: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1: 1) para desplegarse como el paradigma religioso de la cosmovisión occidental. Haciendo un balance, el Antiguo Testamento revela a un pueblo: Israel; el Nuevo Testamento revela a un hombre: Jesús de Nazareth. El pueblo fue fundado, según la doctrina cristiana, para traer al mundo a aquel hombre, Dios encarnado (“y aquel Verbo fue hecho carne” Juan 1: 14).
Enorme, el periodo que abarcan los diferentes libros -desde el Génesis, el primero, hasta el Apocalipsis, el último, en el orden del canon, que no es necesariamente el orden de su escritura- comprende alrededor de 2500-3000 años desde los antepasados de Abraham hasta la muerte de Juan, el discípulo amado, quien presumiblemente escribe el Apocalipsis, cerrando así el canon bíblico: “Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida y de las cosas que están escritas en este libro” (Apocalipsis 22: 19).
Diversa, la Biblia es una múltiple gala de autores: reyes, poetas, sacerdotes y hasta un médico romano, Lucas, quien registra con más precisión el contexto histórico del nacimiento, pasión y muerte de Jesucristo. Tal diversidad se acota en una clasificación de libros y/o géneros relativamente compartida por todas las tradiciones religiosas del cristianismo: Históricos, Poéticos, Proféticos, Evangelios y Epístolas. En los libros denominados históricos está la explicación del origen y la caída de la nación hebrea y los recovecos que vivieron los discípulos dispersos después de la muerte de Jesucristo, una vez instaurada la iglesia primitiva. Los libros poéticos representan la literatura y sapiencia de la edad de oro de Israel: Job, un drama de la condición humana, los Salmos, verdaderos poemas de guerra y de paz, los proverbios, el Eclesiastés y el bello poema erótico Cantares. En los proféticos, son días sombríos para el pueblo judío, pues en ellos leemos que Dios trae juicio sobre éste por su pecado. Los evangelios (“buenas noticias” en hebreo) nos muestran los pasajes de la vida y muerte de Jesús. Y las epístolas constituyen el documento por antonomasia de la doctrina y mensaje de los apóstoles a las comunidades de creyentes tanto en Palestina como en Roma y Grecia.
No hay aquí espacio suficiente para abundar en otros aspectos pertinentes como la geografía y el contexto político que circunda al texto bíblico. Hoy, a más de dos mil años de escritura de su último libro, sería conveniente y hasta necesario quitarla de adorno de la sala de nuestra casa para ver qué nos dice.