La primera vez que conversé con Carlos Pacheco me confesó, después de sobarse el mentón, que se veía a sí mismo como un cartesianista. Tal aseveración me pareció risible, mas -en cierto modo extraño- plausible. Antoine Roquetin, ese desquiciado protagonista de la despoblada novela La náusea de Jean Paul Sartre, cedía en sus borracheras también a esa locuacidad. Su (la de Carlos y la de Roquetin) degradación filosófica no tardaría. Después, lo miraba pegándose en la frente un papel impreso con grafías japonesas. Era, según su argumento, para ahuyentar demonios. Era un chufa. Así también, la primera vez que conversé con Fugo Medina me comunicó su adhesión al budismo. Más allá de un simple juicio producto del estereotipo, sus inexpresivos ojos y su rostro pálido al menos parecían confirmarlo. Anulé mis conjeturas, pues así, cínicamente, don Fugo rendía culto a la deidad contemporánea conocida como mass media. No era, por supuesto, el nirvana la meta suprema de su salvación.
¡Oh mundanal ruido!"-exclamó el poeta Fray Luis de León. Se refería, a mediados del siglo XVI, en albores muy en ciernes de modernidad, a la condición estridente y miserable que rodea al hombre -y a la mujer, para utilizar un lenguaje iincluyente en estas publicaciones políticamente correctas. El de Fray Luis fue un poema y, a su vez, una profecía a la manera de las de Isaías en el templo de Jerusalén o las de Daniel frente a Nabucodonosor y los babilonios. A estos dos, a Carlos Pacheco y Fugo Medina, no los conozco más que por sus máscaras intelectuales, muy comunes en el oficio de escritor. A estos dos, al Club Chufa o los múltiples nombres que tenga esta categoría patológica, no los conozco más que por su enferma visión del mundo en lo bajo y vil de su búsqueda y propuesta literaria. Intuyo de ésta la imagen de un dilettanti, un snobismo ávido de representatividad (no merecida) y, sobre todo, de público. Construida de un metalenguaje pedante y ramplón, la literatura chufa posee la nata obsesión por molestar al lector, no con su brillantez, elegante obscuridad o franca genialidad, sino con su simplonería temática en simbiosis con su caterva de artificios. En otro autores estos elementos acaso tendrían la lejana expectativa de ser logros y virtudes del ejercicio escritural del naciente siglo XXI. Pero en ellos se respira un afán ansioso y mitotero por "crear" un efecto preciso. Cuando éste es percibido, ¡no sucede nada!..y cuando no, obviamente, tampoco. La insipidez misma.
A estos dos no los conozco más que por la filigrana verbal de sus estrambóticos textos. La mente abigarrada es una herencia no bien asimilada, un don como la glossolalia de Pentecostés, de la vanguardia artística en su romanticismo iconoclasta. Los caudillos de la posmodernidad son los que se ponen en la brecha y nos dicen: "Ea, ea, abrid, hombres, vuestro corazón y oíd que el azar es nuestra deidad". El Club Chufa, su único hijo maculado, ha descendido a los infiernos y allí se ha instalado, confesando esa misma declaración de fe.Hoy al importamadrismo se llama tolerancia; al desarraigo, universalidad; a los intereses, ideología. Los curiosos eufemismos de la posmodernidad. No se trata de colar el mosquito y tragarse el camello. Ni esto es una crítica sistemática. Sería yo contra mundum. La condenación, a la manera del Ayatolá, del goce estético producido por la lectura de de la novela cósmica e inaudita de Fugo, Gametech, o de los cuentos virtualmente ubicuos de Carlos Pacheco, no es lo mío. Tal condenación y tal lectura se autodeconstruyen. Como objeto tal de estudio, la Literatura no existe. La crítica literaria es un no-tema. Con Terry Eagleton afirmo que es una práctica discursiva. Y no obstante, el esteta goza al imaginar que el arte -como él concibe- en sí no sirve para nada. En tal caso, cualquiera persona más o menos razonable podría considerarlo algo excéntrico e intrascendente. Se imparten conferencias sobre la autoreferencialidad en la poesía de la segunda mitad del siglo veinte, Madonna dice que no conoce a nadie que sea feliz, existen 500 billones de dólares en bombas nucleares más destructivas que las de Hiroshima, y un estudiante de Literatura, como una variación del mismo tema, opina que la vida -como él la concibe- no tiene sentido. Creer que dedicar cuatro o cinco años de una carrera universitaria a investigar cronotopos y cuantificar metáforas tiene igual importancia... Creer que negarnos a visitar en la lectura a Carlos Pacheco y Fugo Medina significa igual importancia es, a pesar de todo, criterio y elección nuestra. No importa, estoy a la izquierda de la bondad humana. Y extrañamente todos somos anarquistas de derecha. Como los hipócritas fariseos y saduceos, le pedimos al prójimo que haga lo que uno lo que dice, mas no lo que uno hace. Exigimos que actúen como cristianos siendo nosotros mismo paganos. La cizaña estaba desde el principio sembrada. Carlos con el cartesianismo, Fugo con el budismo; para terminar en la corriente sin nombre, mientras que, por el momento, se designa al término moderno un inexacto pos. La palabra moderno ya nada dice. Y es cuando surgen, degradadas, las sílabas Chufa.