Definitivamente, no sabemos en realidad cuánto puede tanto la vida social como la vida íntima ser trastornada por el genio sin lámpara de la tecnología. Ampliamente asimilada por un sector más o menos numeroso en los centros urbanos, la última gloria informática que llegó para quedarse y causar estragos a las anteriores formas de comunicación, es el (o la) Internet, vocablo artificial en un mundo a un tiempo globalizado y desacralizado.
Sin embargo, a pesar de la aparente despersonalización creada por las máquinas, los teclados y los chips, en un afán renacentista por vincular la técnica y el conocimiento al servicio del hombre, en pleno siglo XXI, el niño Amor, Cupido, sigue aún, a pesar del ruido, causando revuelos en la esfera de las relaciones interpersonales. Obviamente, la dinámica del enamoramiento, el noviazgo, las relaciones sentimentales, como todo, ha sido francamente modificadas por el mencionado medio electrónico, pero -como el tiempo y el hombre mismo- sólo para volver al punto de partida.
Esto me recuerda una comedia romántica hollywoodesca, simplona pero pertinente para ejemplificar en este caso: "Tienes un e-mail" (You' ve got a e-mail, 1998) estelarizada por Tom Hanks y Meg Ryan. En tal película los protagonistas se conocen y se enamoran sólo a través de Internet. La magia de la pantalla incandescente acapara y sublima la emoción de los personajes (él y ella, la pareja edénica electrónica), pues sólo la palabra escrita y capturada on line es capaz de sintetizar las complicaciones estresantes de los sentimientos generados por la vida cotidiana, el trabajo y sus afanes en las grandes urbes. El correo electrónico, aunque algunos escépticos lo vean sospechoso, ha rescatado sorpresivamente al olvidado género epistolar como práctica social. El e-mail para enamorar o para reenamorar. Las cartas han vuelto, pues.
Asimismo, proliferaron los chat rooms (salones de charla) dedicados al tema del romance y la búsqueda de pareja. Hoy, el mundo social y el privado no es comprensible sin la relación íntima que con la computadora se tiene día a día en las tardes solitarias. Un largo y sinuoso recorrido por la red para llegar al beso.
Sin embargo, a pesar de la aparente despersonalización creada por las máquinas, los teclados y los chips, en un afán renacentista por vincular la técnica y el conocimiento al servicio del hombre, en pleno siglo XXI, el niño Amor, Cupido, sigue aún, a pesar del ruido, causando revuelos en la esfera de las relaciones interpersonales. Obviamente, la dinámica del enamoramiento, el noviazgo, las relaciones sentimentales, como todo, ha sido francamente modificadas por el mencionado medio electrónico, pero -como el tiempo y el hombre mismo- sólo para volver al punto de partida.
Esto me recuerda una comedia romántica hollywoodesca, simplona pero pertinente para ejemplificar en este caso: "Tienes un e-mail" (You' ve got a e-mail, 1998) estelarizada por Tom Hanks y Meg Ryan. En tal película los protagonistas se conocen y se enamoran sólo a través de Internet. La magia de la pantalla incandescente acapara y sublima la emoción de los personajes (él y ella, la pareja edénica electrónica), pues sólo la palabra escrita y capturada on line es capaz de sintetizar las complicaciones estresantes de los sentimientos generados por la vida cotidiana, el trabajo y sus afanes en las grandes urbes. El correo electrónico, aunque algunos escépticos lo vean sospechoso, ha rescatado sorpresivamente al olvidado género epistolar como práctica social. El e-mail para enamorar o para reenamorar. Las cartas han vuelto, pues.
Asimismo, proliferaron los chat rooms (salones de charla) dedicados al tema del romance y la búsqueda de pareja. Hoy, el mundo social y el privado no es comprensible sin la relación íntima que con la computadora se tiene día a día en las tardes solitarias. Un largo y sinuoso recorrido por la red para llegar al beso.