En 1950 -exactamente en el cenit cronológico y cultural del siglo XX- Octavio Paz (1914-1998) publica El laberinto de la soledad, el ensayo más importante del pensamiento contemporáneo mexicano. Y en 1990 Paz es galardonado con el Premio Nobel de Literatura siendo, para ese entonces, su obra literaria tan vasta como profunda: Libertad bajo palabra (1958), Salamandra (1962), Ladera Este (1969) y Vuelta (1976) en poesía; y El arco y la lira (1956), Las peras del olmo (1957), Puertas al campo (1966), Corriente alterna (1967), Claude Lévi-Strauss o el nuevo festín de Esopo (1967), Marcel Duchamp o el castillo de la pureza (1968), entre muchas otras más, en el género de ensayo. Sin embargo, es su libro representativo el que lo revela como un pensador e intelectual nacional de vista inquisitiva, pues examina con gran sutileza y transparencia la historia cultural y condición existencial de un pueblo, una tradición, un alma: México.
Su análisis, lejano al rigor historicista, nos lleva de la mano a pasar revista a los principales eventos que han esculpido el rostro nacional: Conquista, Colonia, Independencia y Revolución. Sin ningún afán y/o metodología sociológica o psicológica, la historia de México es presentada aquí en una prosa fluida y a su vez parsimoniosa. Es, sin duda, una intención de desnudar la imagen de la mexicanidad a través del despliegue sugerente en mitos, paradigmas e imaginarios. El personaje por antonomasia en este Laberinto: el mexicano como objeto vs. sujeto histórico, es decir, como ser cuya configuración primigenia y última es la de una contradicción, en el contexto de un ambiente vivaz y suspendido entre dioses insaciables, poderes, fuerzas contrarias y voces petrificadas provenientes de Quetzalcóatl, Cortés y la Malinche, madre de todos los mexicanos. Todo en el marco asistemático (mas, sin lugar a dudas, sumamente coherente) de la visión poética que se aproxima a la sólida crítica moral y política.
"El pachuco y otros extremos", capítulo que da inicio al libro, ofrece una perspectiva dialéctica que expresa las diferencias subyacentes entre norteamericano y mexicano. Democracia, Capitalismo, Revolución Industrial frente a Contrarreforma, Monopolio y Feudalismo, no significan, para el autor mexicano, elementos que sólo reflejen un sistema de producción en la creación de cultura. Es decir, las diferencias son aún más profundas, trascendentes y complejas. No obstante, la soledad es su punto de encuentro. El pachuco, una salida extrema a la orfandad, es un extremo de la mexicanidad frente al medio social indiferente o adverso. Asimismo, tal orfandad se pone de manifiesto en "Los hijos de la Malinche", en donde con ira desatada vanamente se intenta resolver el sentimiento y condición de soledad. Negando, pisoteando, "chingando" al otro, el mexicano, según Paz, se afirma para sobrevivir. De ahí sus "Máscaras mexicanas" entre gesticulaciones, simulaciones y expresiones colectivas. Avivados en festividades y rituales, en plazas y panteones, el mexicano reza, grita, come y se emborracha, pues, como se lee en el capítulo "Todos Santos. Día de muertos": "cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo y celebrar hombres y acontecimientos.
"Conquista y Colonia", "De la Independencia a la Revolución", "La 'inteligencia' mexicana" y "Nuestros días", capítulos más bien episódicos y claves de la historia de México, denotan cierta redefinición de los presupuestos filosóficos que tejen aún la identidad del mexicano y sus mitos, pues participan en ellos los principales actores de la vida nacional, cuya plataforma es la vida intra-histórica del ser contradictorio significado en el mexicano. Todo esto viene y desemboca en lo que, efectivamente, el autor ha titulado "Apéndice. La dialéctica de la soledad", el cual es un oportuno pretexto para explorar las honduras de la condición existencial de orfandad a la atmósfera universal contemporánea: "La soledad, el sentirse y saberse solo, desprendido del mundo y ajeno a sí mismo, no es característica exclusiva del mexicano". (Ibíd., 211). Soledad y, al reverso, comunión. Instantes de soledad e instantes de comunión. He allí la lógica universal de los hombres y los pueblos. Y termina su ensayo relajándose y desplayándose en una disquisición filosófica acerca de las experiencias esenciales del ser humano: nacer, amar, morir.
Reaccionando ante el positivismo y el idealismo, el autor ubica al mexicano (y al ser humano en la generalidad) como un ser irreducible de la historia: el hombre no hace la historia ni es producto de ella, sino que él mismo está constituido inmanentemente como ser histórico, cambiante y modificado por las circunstancias, pero siempre mismo en su esencia. Siempre en vuelta, su perspectiva, sintética e integral, hace de Octavio Paz un pensador mesurado y original. Poseedor de una amplia y bastísima cultura, significa para México la intervención en el universo contemporáneo de las ideas y las corrientes filosóficas en boga. Su hincapié es el de una escritura ensayística asimilando un balance dialéctico como motor semántico y como forma discursiva. La historia, para el contemporáneo, ha dejado de ser una linealidad para ser una vivacidad.
El laberinto de la soledad figura, a más de cincuenta años de su publicación, como un clásico que significa la inserción de una voz que unifica la complejidad simbolizada en el pasado e identidad de un país. La inserción de México a la modernidad es, en la visión de Octavio Paz, la vida adolescente como etapa de transición, la cual le sirve de gran metáfora viviente y ansiada realidad. "La Historia universal es ya tarea común. Y nuestro laberinto, el de todos los hombres" (Ibíd., 187); "Somos, por primera vez en nuestra historia, contemporáneos de todos los hombres." (Ibíd., 210).
Su análisis, lejano al rigor historicista, nos lleva de la mano a pasar revista a los principales eventos que han esculpido el rostro nacional: Conquista, Colonia, Independencia y Revolución. Sin ningún afán y/o metodología sociológica o psicológica, la historia de México es presentada aquí en una prosa fluida y a su vez parsimoniosa. Es, sin duda, una intención de desnudar la imagen de la mexicanidad a través del despliegue sugerente en mitos, paradigmas e imaginarios. El personaje por antonomasia en este Laberinto: el mexicano como objeto vs. sujeto histórico, es decir, como ser cuya configuración primigenia y última es la de una contradicción, en el contexto de un ambiente vivaz y suspendido entre dioses insaciables, poderes, fuerzas contrarias y voces petrificadas provenientes de Quetzalcóatl, Cortés y la Malinche, madre de todos los mexicanos. Todo en el marco asistemático (mas, sin lugar a dudas, sumamente coherente) de la visión poética que se aproxima a la sólida crítica moral y política.
"El pachuco y otros extremos", capítulo que da inicio al libro, ofrece una perspectiva dialéctica que expresa las diferencias subyacentes entre norteamericano y mexicano. Democracia, Capitalismo, Revolución Industrial frente a Contrarreforma, Monopolio y Feudalismo, no significan, para el autor mexicano, elementos que sólo reflejen un sistema de producción en la creación de cultura. Es decir, las diferencias son aún más profundas, trascendentes y complejas. No obstante, la soledad es su punto de encuentro. El pachuco, una salida extrema a la orfandad, es un extremo de la mexicanidad frente al medio social indiferente o adverso. Asimismo, tal orfandad se pone de manifiesto en "Los hijos de la Malinche", en donde con ira desatada vanamente se intenta resolver el sentimiento y condición de soledad. Negando, pisoteando, "chingando" al otro, el mexicano, según Paz, se afirma para sobrevivir. De ahí sus "Máscaras mexicanas" entre gesticulaciones, simulaciones y expresiones colectivas. Avivados en festividades y rituales, en plazas y panteones, el mexicano reza, grita, come y se emborracha, pues, como se lee en el capítulo "Todos Santos. Día de muertos": "cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo y celebrar hombres y acontecimientos.
"Conquista y Colonia", "De la Independencia a la Revolución", "La 'inteligencia' mexicana" y "Nuestros días", capítulos más bien episódicos y claves de la historia de México, denotan cierta redefinición de los presupuestos filosóficos que tejen aún la identidad del mexicano y sus mitos, pues participan en ellos los principales actores de la vida nacional, cuya plataforma es la vida intra-histórica del ser contradictorio significado en el mexicano. Todo esto viene y desemboca en lo que, efectivamente, el autor ha titulado "Apéndice. La dialéctica de la soledad", el cual es un oportuno pretexto para explorar las honduras de la condición existencial de orfandad a la atmósfera universal contemporánea: "La soledad, el sentirse y saberse solo, desprendido del mundo y ajeno a sí mismo, no es característica exclusiva del mexicano". (Ibíd., 211). Soledad y, al reverso, comunión. Instantes de soledad e instantes de comunión. He allí la lógica universal de los hombres y los pueblos. Y termina su ensayo relajándose y desplayándose en una disquisición filosófica acerca de las experiencias esenciales del ser humano: nacer, amar, morir.
Reaccionando ante el positivismo y el idealismo, el autor ubica al mexicano (y al ser humano en la generalidad) como un ser irreducible de la historia: el hombre no hace la historia ni es producto de ella, sino que él mismo está constituido inmanentemente como ser histórico, cambiante y modificado por las circunstancias, pero siempre mismo en su esencia. Siempre en vuelta, su perspectiva, sintética e integral, hace de Octavio Paz un pensador mesurado y original. Poseedor de una amplia y bastísima cultura, significa para México la intervención en el universo contemporáneo de las ideas y las corrientes filosóficas en boga. Su hincapié es el de una escritura ensayística asimilando un balance dialéctico como motor semántico y como forma discursiva. La historia, para el contemporáneo, ha dejado de ser una linealidad para ser una vivacidad.
El laberinto de la soledad figura, a más de cincuenta años de su publicación, como un clásico que significa la inserción de una voz que unifica la complejidad simbolizada en el pasado e identidad de un país. La inserción de México a la modernidad es, en la visión de Octavio Paz, la vida adolescente como etapa de transición, la cual le sirve de gran metáfora viviente y ansiada realidad. "La Historia universal es ya tarea común. Y nuestro laberinto, el de todos los hombres" (Ibíd., 187); "Somos, por primera vez en nuestra historia, contemporáneos de todos los hombres." (Ibíd., 210).