A mí, uno de tantos, como que nunca se me ha dado el trotamundismo. A prueba de embelecos andariegos, mi espíritu sedentario se sostiene en la máxima de que, en tanto que experiencia cultural, el viaje no está sobrevalorado sino limitado a una clase social ociosa y con mucha adrenalina, que nosotros, los pobres y miserables, carecemos hasta de ella.
Lo anterior no obstó para que, motivado por una prima vacacional y ante un “compromiso” académico en la ciudad de Puebla, me lanzase este verano a una supina peregrinación al centro mexicano, espejo del alma nacional.
Lo anterior no obstó para que, motivado por una prima vacacional y ante un “compromiso” académico en la ciudad de Puebla, me lanzase este verano a una supina peregrinación al centro mexicano, espejo del alma nacional.
La ciudad de Querétaro sería, gracias a los contactos amistosos de mi compañera, nuestro alojamiento y destino principal. Nunca he sido estudiante foráneo ni he vivido solo. Mucho menos he vivido en una casa o departamento compartido por jóvenes (empleados o estudiantes) impetuosos, alocados, que fuman hierba y beben alcohol casi a diario. Una serie de departamentos habitacionales en pleno centro histórico de Querétaro da cabida a una de esas especies juveniles. Esa especie juvenil nos dio, a su vez, amable cabida.
Su amable hospitalidad fue superior a las molestias ocasionadas por el Ejército Popular Revolucionario (EPR) que, según la versión oficial, hizo estallar ductos de Pemex en un municipio cercano a la ciudad: es decir, me quedé sin agua caliente para bañarme, pues las autoridades tuvieron que cortar el servicio de gas natural para hacer unos reajustes. Tanta divinidad casualidad me hace sentir paranoico. ¿Cómo no sentirse el centro del mundo, si todos los noticiarios nacionales hablaban de lo ocurrido en Querétaro?
A pesar de todo ese amasijo de fuerzas extrañas que le endilgan una idiosincrasia agraria como herencia prehispánica, Querétaro es diferente al resto de los estados del centro mexicano. El giro industrial le ha dado a la ciudad un empuje importante, de tal manera que no depende, conforme a los usos y costumbres, del maíz y del turismo. Lo que, por otra parte, no impidió que me haya hecho de muchos dulces tradicionales, baratos juguetes de madera para mis sobrinos, una tela de lana y un cuatro venezolano para, al fin, poder tocar joropos en contra de Hugo Chávez.
De camino a la siempre folklórica Puebla, el paso por el DF me reveló un dato curioso: en la progresista Ciudad de México, la mujer tiene derecho a abortar y también a no ser revisada al subirse a un transporte. Esa obligación está destinada exclusivamente a los hombres, que, como se sabe, no deberían meterse con la matriz de la mujer y son los únicos capaces de portar objetos ilegales como drogas o armas. Mis tres horas en el DF fueron las más progresistas de mi vida. De repente, sentí como si, en vez de estar leyendo la nueva novela de Jorge Volpi leyera una de Elenita Poniatowska. Era un fantasma, el fantasma del pendejismo. No sé si tenga que ver con el hecho de que la ciudad se está inundando, sin afán metafórico, en lagos de mierda: el DF tiene un faraónico segundo piso, pero el subsuelo vomita “aguas negras”.
Una vez en Puebla de los Ángeles, donde asistiría a un evento organizado por University of Tennesse y el Centro Cultural Espacio 1900, confirmé la hipótesis de que la riqueza en tradición cultural es inversamente proporcional a la riqueza material. El disfrute estético del amplio centro histórico desemboca en las limosnas que se ve uno obligado a dar por caridad o culpa y si uno es menos conformista puede improvisar conciencia social uniéndose a las marchas en contra del Gober Precioso.
Las Segundas Jornadas Internacionales de Poesía Latinoamericana tendrían como sede el Centro Cultural Espacio 1900, un edificio-restaurante que alberga cuatros teatros y cuya planta alta se convierte viernes y sábado en un antro de música norteña. Así es. No sólo eso: el poblano puede tomar clases de cumbia norteña, quebradita y géneros afines. No niego que me sentí más autoridad en el tema. Había ido a Puebla a leer un trabajo analítico (o encomiástico) sobre Octavio Paz y, si no fuese por que no hubo tiempo, habría propuesto un seminario sobre Los Invasores de Nuevo León. Leí mi ponencia al segundo día del evento y me regresé al hotel tarareando el corrido de Laurita Garza.
Al día siguiente, el poeta homenajeado Roberto Fernández Retamar leyó su conferencia. Retarmar es un muy buen poeta. Me sorprendió que haya dejado salido de sus estrechos esquemas ideológicos: de dividir el mundo entre “revolucionarios” y “contrarrevolucionarios”, pasó a matizar su postura y amplió lo poético a un plano trascendente a la postura política. Despotricó contra Bush, pero no dijo nada sobre Castro. Claro, no podría. Sigue creyendo en esa revolución, es su principal paladín y tiene una debilidad –como la mayoría de los intelectuales latinoamericanos— por los caudillos del siglo XIX. De esa manera, para Retamar, y sin premeditación, suben sus bonos en la academia hispánica y anglosajona, para quien todo lo que suene a socialismo es música inefable. Después de doctorarse en La Sorbona y de dar cátedra en Yale a finales de los cincuenta, Retamar volteó a las Américas hispánicas para hacer patria en su natal Cuba. Y hoy es homenajeado. Ésa es la ruta crítica de todo intelectual latinoamericano que se precie de serlo.
Renato Prada estuvo también presentando su último libro. Mesurado, sobrio y concreto, habló de su experiencia como narrador y su última incursión en la poesía. Renato Prada es una vaca sagrada viva que vale la pena leer.
De vuelta a Querétaro. En compañía de jóvenes impetuosos, mochila en la espalda, salimos a Xilitla. Si a alguien le interesa saber qué es Xilitla, dé click aquí. A los que no, sólo les dejo esta foto:
A pesar de todo ese amasijo de fuerzas extrañas que le endilgan una idiosincrasia agraria como herencia prehispánica, Querétaro es diferente al resto de los estados del centro mexicano. El giro industrial le ha dado a la ciudad un empuje importante, de tal manera que no depende, conforme a los usos y costumbres, del maíz y del turismo. Lo que, por otra parte, no impidió que me haya hecho de muchos dulces tradicionales, baratos juguetes de madera para mis sobrinos, una tela de lana y un cuatro venezolano para, al fin, poder tocar joropos en contra de Hugo Chávez.
De camino a la siempre folklórica Puebla, el paso por el DF me reveló un dato curioso: en la progresista Ciudad de México, la mujer tiene derecho a abortar y también a no ser revisada al subirse a un transporte. Esa obligación está destinada exclusivamente a los hombres, que, como se sabe, no deberían meterse con la matriz de la mujer y son los únicos capaces de portar objetos ilegales como drogas o armas. Mis tres horas en el DF fueron las más progresistas de mi vida. De repente, sentí como si, en vez de estar leyendo la nueva novela de Jorge Volpi leyera una de Elenita Poniatowska. Era un fantasma, el fantasma del pendejismo. No sé si tenga que ver con el hecho de que la ciudad se está inundando, sin afán metafórico, en lagos de mierda: el DF tiene un faraónico segundo piso, pero el subsuelo vomita “aguas negras”.
Una vez en Puebla de los Ángeles, donde asistiría a un evento organizado por University of Tennesse y el Centro Cultural Espacio 1900, confirmé la hipótesis de que la riqueza en tradición cultural es inversamente proporcional a la riqueza material. El disfrute estético del amplio centro histórico desemboca en las limosnas que se ve uno obligado a dar por caridad o culpa y si uno es menos conformista puede improvisar conciencia social uniéndose a las marchas en contra del Gober Precioso.
Las Segundas Jornadas Internacionales de Poesía Latinoamericana tendrían como sede el Centro Cultural Espacio 1900, un edificio-restaurante que alberga cuatros teatros y cuya planta alta se convierte viernes y sábado en un antro de música norteña. Así es. No sólo eso: el poblano puede tomar clases de cumbia norteña, quebradita y géneros afines. No niego que me sentí más autoridad en el tema. Había ido a Puebla a leer un trabajo analítico (o encomiástico) sobre Octavio Paz y, si no fuese por que no hubo tiempo, habría propuesto un seminario sobre Los Invasores de Nuevo León. Leí mi ponencia al segundo día del evento y me regresé al hotel tarareando el corrido de Laurita Garza.
Al día siguiente, el poeta homenajeado Roberto Fernández Retamar leyó su conferencia. Retarmar es un muy buen poeta. Me sorprendió que haya dejado salido de sus estrechos esquemas ideológicos: de dividir el mundo entre “revolucionarios” y “contrarrevolucionarios”, pasó a matizar su postura y amplió lo poético a un plano trascendente a la postura política. Despotricó contra Bush, pero no dijo nada sobre Castro. Claro, no podría. Sigue creyendo en esa revolución, es su principal paladín y tiene una debilidad –como la mayoría de los intelectuales latinoamericanos— por los caudillos del siglo XIX. De esa manera, para Retamar, y sin premeditación, suben sus bonos en la academia hispánica y anglosajona, para quien todo lo que suene a socialismo es música inefable. Después de doctorarse en La Sorbona y de dar cátedra en Yale a finales de los cincuenta, Retamar volteó a las Américas hispánicas para hacer patria en su natal Cuba. Y hoy es homenajeado. Ésa es la ruta crítica de todo intelectual latinoamericano que se precie de serlo.
Renato Prada estuvo también presentando su último libro. Mesurado, sobrio y concreto, habló de su experiencia como narrador y su última incursión en la poesía. Renato Prada es una vaca sagrada viva que vale la pena leer.
De vuelta a Querétaro. En compañía de jóvenes impetuosos, mochila en la espalda, salimos a Xilitla. Si a alguien le interesa saber qué es Xilitla, dé click aquí. A los que no, sólo les dejo esta foto:
Y hoy ya estoy de vuelta a mi vida sedentaria en el noroeste de México, rincón del alma regional.