Advertencia: La siguiente entrada es abiertamente política y con motivo de la "entrada triunfal" de Andrés Manuel López Obrador (candidato del PRD a la presidencia de la república) a la ciudad de Hermosillo, Sonora, este viernes 27 de enero.
“Por lo mucho que el pueblo ha luchado, la alegría está por llegar” –reza en tono mesiánico como encabezado el panfleto político distribuido a nivel nacional por el candidato presidencial del PRD. Como sabemos, y como si no nos pudiera quedar claro, el tabasqueño plantea, desde su ronco pecho, en 50 puntos su llamado proyecto alternativo de nación, o lo que el mismo texto dice: “50 compromisos para recuperar el orgullo nacional.”
De lo cual uno infiere que, a la luz de este ominoso discurso y según este rayo de esperanza chontal, en estos momentos no existe en México algo parecido al orgullo nacional. Claro, excepto que López Obrador resultara electo como presidente de la república. Así, con la misma lógica, las encuestas son buenas, veraces y citadas al cansancio cuando resultan favorables. De otra manera, se despotrica con “al diablo con esas encuestas” (sic).
Describir ese texto como demagógico e irrealista sería otorgarle un barniz de respetabilidad a esos términos, así que no lo haré. Cualquier persona más o menos razonable cuestiona si realmente el país recuperará lo que López Obrador entiende por orgullo al afirmar en el punto 32 que se convertirá a las Islas Marías en un centro ecoturista, un paraíso donde “la recreación, la educación y la convivencia con la naturaleza serán los temas principales.” ¿A qué novela se está refiriendo? Que alguien me explique.
Pero atendiendo a partes más medulares tales como la economía, la justicia social y el desarrollo, el texto insiste en los lugares más comunes de las peroratas políticas: se acabará con la corrupción, se garantizarán los derechos constitucionales, se otorgarán becas aquí y allá, se reforzará la educación pública gratuita, se fomentará la cultura, la investigación científica, etc. López Obrador nos dice el qué, pero –salvo en algunos puntos vagos e imprecisos- no nos dice el cómo.
Si alguna alegría está por llegar, debería traer mínimamente proyectos viables y serios bajo el brazo, no sólo panderetas jubilosas y verborreas acerca de lo que se hará si se llega al poder. Un proyecto de nación no debe ser considerado sólo porque sea enunciado elocuentemente ante un micrófono, sino porque sea realmente un proyecto. López Obrador afirma que el suyo es alternativo, lo cual es una forma elegante de decir que no es ni priísta ni panista y que, por más que insistan los economistas informados de la conveniencia de lo contrario, su gestión consistirá en gastar más y más en burocracia gubernamental y en pomposas obras públicas en detrimento, a largo plazo, del pueblo, esa masa amorfa e impersonal que aparentemente tanto defiende.
“Nuestro anhelos sí se harán realidad. Por fin nuestras riquezas nos beneficiarán a todos” –figura a manera de suspiro en la contraportada del panfleto. Es triste cómo, en aras de una campaña típicamente política, es decir, por el poder, se ensarten frases tan gastadas como increíbles. Frases que sólo reflejan, en su evidente cursilería, una desmesurada ilusión hinchada por la retórica y la impostura. Frases que, salidas de alguien cuyo secretario de finanzas apostaba dinero público (“nuestras riquezas”) en Las Vegas y que después responsabiliza a la PGR de cualquier incidente contra su miembro del gabinete, sólo reflejan una total irresponsabilidad e incoherencia moral. O al menos, una falta tremenda de memoria.
Sin embargo, como dice el punto 50: “El pueblo es soberano: así como otorga un mandato, puede retirarlo. El pueblo pone y el pueblo quita.” ¿Será?
De lo cual uno infiere que, a la luz de este ominoso discurso y según este rayo de esperanza chontal, en estos momentos no existe en México algo parecido al orgullo nacional. Claro, excepto que López Obrador resultara electo como presidente de la república. Así, con la misma lógica, las encuestas son buenas, veraces y citadas al cansancio cuando resultan favorables. De otra manera, se despotrica con “al diablo con esas encuestas” (sic).
Describir ese texto como demagógico e irrealista sería otorgarle un barniz de respetabilidad a esos términos, así que no lo haré. Cualquier persona más o menos razonable cuestiona si realmente el país recuperará lo que López Obrador entiende por orgullo al afirmar en el punto 32 que se convertirá a las Islas Marías en un centro ecoturista, un paraíso donde “la recreación, la educación y la convivencia con la naturaleza serán los temas principales.” ¿A qué novela se está refiriendo? Que alguien me explique.
Pero atendiendo a partes más medulares tales como la economía, la justicia social y el desarrollo, el texto insiste en los lugares más comunes de las peroratas políticas: se acabará con la corrupción, se garantizarán los derechos constitucionales, se otorgarán becas aquí y allá, se reforzará la educación pública gratuita, se fomentará la cultura, la investigación científica, etc. López Obrador nos dice el qué, pero –salvo en algunos puntos vagos e imprecisos- no nos dice el cómo.
Si alguna alegría está por llegar, debería traer mínimamente proyectos viables y serios bajo el brazo, no sólo panderetas jubilosas y verborreas acerca de lo que se hará si se llega al poder. Un proyecto de nación no debe ser considerado sólo porque sea enunciado elocuentemente ante un micrófono, sino porque sea realmente un proyecto. López Obrador afirma que el suyo es alternativo, lo cual es una forma elegante de decir que no es ni priísta ni panista y que, por más que insistan los economistas informados de la conveniencia de lo contrario, su gestión consistirá en gastar más y más en burocracia gubernamental y en pomposas obras públicas en detrimento, a largo plazo, del pueblo, esa masa amorfa e impersonal que aparentemente tanto defiende.
“Nuestro anhelos sí se harán realidad. Por fin nuestras riquezas nos beneficiarán a todos” –figura a manera de suspiro en la contraportada del panfleto. Es triste cómo, en aras de una campaña típicamente política, es decir, por el poder, se ensarten frases tan gastadas como increíbles. Frases que sólo reflejan, en su evidente cursilería, una desmesurada ilusión hinchada por la retórica y la impostura. Frases que, salidas de alguien cuyo secretario de finanzas apostaba dinero público (“nuestras riquezas”) en Las Vegas y que después responsabiliza a la PGR de cualquier incidente contra su miembro del gabinete, sólo reflejan una total irresponsabilidad e incoherencia moral. O al menos, una falta tremenda de memoria.
Sin embargo, como dice el punto 50: “El pueblo es soberano: así como otorga un mandato, puede retirarlo. El pueblo pone y el pueblo quita.” ¿Será?