Frente al olvido, el discurso

La Historia no es el resumen, sino la construcción, la selección arbitraria (y a veces autoritaria) de hechos, datos, nombres, edificios. No creo que la Historia, ese discurso formulado por los vencedores, la hegemonía política y la clase social e intelectual emanada de ella, dé cuenta del complejo “trayecto mismo de nuestra existencia”.
Esta brevísima reflexión abstracta sobre el concepto de Historia surge, sin embargo, de un referente muy concreto: en la polémica de la posible venta del terreno del Internado Cruz Gálvez, con el epíteto de patrimonio histórico, se antoja más bien bajo la rúbrica de simbólico, la simulación de una identidad basada en la infraestructura mitificada por el oficialismo, la institución académica, los ideales nacionalistas y revolucionarios.
Como pandemonio favorito de nuestras mitologías contemporáneas -y según la lógica de algunos científicos sociales y otros humanistas preocupados por la perpetuación de la memoria y la identidad, sea lo que signifique ésta última-, el neoliberalismo globalizante de ciertos gobiernos se opone casi de forma conspiratoria al capital cultural (!) representado por la elocuencia muda de un edificio, que dice más que los libros de historia que estudian los niños en la misma Cruz Gálvez.
En una suerte de paradoja, su sentido simbólico es más redituable en el discurso que su sentido realmente social: unas instalaciones deterioradas, olvidadas por la misma clase intelectual que hoy dice defenderlas, son sólo la simulación ideológica cuya apuesta es la defensa del nicho particular, el autoimpuesto apartheid, la especificidad de una colectividad. Somos mexicanos, ergo, somos hijos huérfanos de la revolución. Defender ese bastión sería una especie de misión histórica.
Poco importa que una reubicación del internado sea más factible incluso en su alcance educativo y formativo. Resulta de mayor valía que la labor social de la Cruz Gálvez se inserte en un espacio “de carácter histórico” en tanto que acentúa y recuerda los valores forzadamente endilgados a una generación abúlica respecto a un proyecto inspirado en la justicia social, aunque en realidad sea con meros tintes caritativos. Sin embargo, acaso ulteriormente tal generación recela de los tintes fascistas que intentan equiparar individuo-nación como un binomio absoluto.
El pragmatismo de los guardianes del bastión revolucionario no lo es menos que el de los gobernantes de hoy y de siempre, que disimulan en sus acciones deslumbrantes un interés muy particular. Las acciones deslumbrantes tienen como antípodas las acciones discursivas, entre las que se encuentran las intelectuales. Frente a la plusvalía de los bienes raíces, la inversión retórica que apela a conceptos tan falseados como la identidad. En su ampulosidad política, los guardianes del bastión son reaccionarios sentimentales.
En los años setenta el popular conductor de televisión Paco Malgesto aglutinaba a las grandes masas de México. Carlos Monsiváis señalaba que era más importante divertirse viendo a Paco Malgesto que ver un debate sobre la identidad del mexicano, tal vez porque la identidad del mexicano consistía precisamente en ver a Paco Malgesto. En este caso, el llamado al debate es de naturaleza falaz: apela a la historia, la identidad, la memoria para reproducir un discurso a un tiempo político y sentimental.
El gobernador Eduardo Bours ha anunciado la cancelación de la venta del Internado Cruz Gálvez. La misión histórica ha sido cumplida. El símbolo, la simulación, aunque sigamos viendo metafóricamente a Paco Malgesto.